Dado que es el mes de la salud mental, hoy quería escribir una carta a una antigua compañera de vida. Aquella que se hizo tan grande como para taparme el sol, como para absorber mi vitalidad, que fue un monstruo que nació de mí, pero que aprendí a entender, con el que aprendí a convivir:
Quería hablarte, escribirte una carta por el equilibrio que ahora siento.
Podría decirse que es un poco dañino echar la vista atrás y regodearme en lo que una vez sentí. Quedarme ahí en medio de un recuerdo para que me golpee. A veces, cuando acudo a él, es para que lo haga, que me dé bien fuerte. Y otras, como hoy, es solo por ver ese momento desde una perspectiva sin dolor. Porque he avanzado, he recorrido una larga distancia y lo bueno es que, cada vez, debo ir mucho más hacia atrás para llegar a él.

Aunque más que un recuerdo, es volver a ti, a la que desde entonces siempre está ahí. No sé si alguna vez he llegado a odiarte. Hacerlo sería como odiarme a mí misma, pero sí odio lo que sentía en aquellos momentos, lo que me hacías sentir, aunque a veces ponga mis pies en aquel foco de vacío de nuevo.
Imagino que no terminamos de pasar página del todo, que existe cierta añoranza a lo que más nos daña. Me impregno de una melancolía extraña que me arrastra a escuchar tu voz de nuevo, a verte y pensarte con cierta ternura. No quiero romantizar el concepto, pero sí que me sumerjo en esa piscina para ahogarme cuando menos lo espero. Ahora tengo a mano la escalerilla. Sé que puedo salir de ahí cuando quiera. Quizá esta actitud tóxica conmigo misma es una forma de decirme que nadie termina de curarse del todo, que siempre queda un pequeño residuo. La mente es un laberinto complicado de experiencias y emociones, y todo lo que nos ocurre nos influye, nos conforma, no podemos escapar de quienes somos porque somos el conjunto de todo ello, de lo bueno y de lo malo, de lo superado y de lo que atravesamos en el presente.
Y, sin embargo, en otras ocasiones me veo con un mechero en la mano, dispuesta a quemar esa parte de mi pasado. Crear una bola de fuego tan grande que ilumine la ciudad. Pero tengo miedo del resultado. Si solo quedaran cenizas, al soplar, ¿te irías con el viento y no volvería a verte? Pero ¿y si te convirtieras en un sol al que no puedo dejar de mirar? Una estrella ardiendo por siempre, a mi lado, quemando, hasta que no tuviera escapatoria.
No siempre es bueno volver a ti, lo sé, aun así ahora mismo puedo ver tu sombra tras mis pies y nos sentir nada al mirarte. Ni miedo, ni angustia. He conseguido hablar de ti en un medio de comunicación, en una novela, en mi blog y en mis redes sociales. Has tocado mi vida con tus manos llenas de tinta y aún me encuentro algunas de tus huellas sobre la piel. Pero yo dejé mis huellas también para recordarme que nunca serás tan importante como lo soy yo.
Hoy te recuerdo, sí, pero has perdido el control sobre mí.