Propósitos y balance de año

El año pasado me escribí una entrada larga siendo muy honesta conmigo misma. La publiqué un 30 de diciembre. Esta se ha retrasado por falta tiempo, pero aquí va: Sé que algunas personas se vieron reflejadas y que se plantearon también hacer un ejercicio de reflexión sobre el año que habían tenido y cómo les había afectado. Me parece una manera de poder ver lo bueno y lo malo y poder aprender, intentar mejorar en crear unos propósitos más reales.

Por mi parte, he cumplido muchos de mis propósitos (hice una lista larga de deseos y cosas por cumplir, aunque la de este año es algo más pequeña, pero no menos interesante). Por eso estoy repitiendo experiencia escribiendo esta especie de carta.

Como sabéis, para mí el año acabó con una decisión importante que afecta a mi carrera literaria, y es que he atrasado publicar novela hasta 2021. No es un drama, lo sé, pero fue muy difícil aceptar esto y ponerme primero a mí. Podéis leer el anuncio de Twitter aquí, pero básicamente no he pasado unas buenas semanas con mi cabecita, y este «descanso» espero que sirva para calmar este apetito de crecer y querer ser alguien más, cuando en realidad ser «yo» debería ser suficiente.

Siendo sincera, de los doce meses del año, dos fueron muy estresantes y me tuvieron en un estado muy lamentable. Uno fue este noviembre y otro fue abril (sí, el mes en el que publiqué La chica del corazón de agua). Fueron muy malos en cuanto a carga de trabajo y mentalmente me dejaron fatal. Pero más allá de lo que pudiera afectarme de fuera, la mayoría de carga que acabó conmigo vino de dentro, de mí. De mis expectativas, de forzarme, de marcarme plazos irreales, de lo mucho que me exigía producir, mostrarme al mundo… Y este diciembre ha ocurrido que no he conseguido volver a coger ninguno de mis proyectos. He escrito menos de 1000 palabras en todo el mes. Pero no pasa nada. Estoy cuidándome. Tomándome un descanso largo para poder sobreponerme y volver con todas mis ganas, porque 2020 pinta bien. El proyecto Euphoria está acabado (ahora falta corrección y pasar por los betas), tengo otro precioso a medio escribir (el proyecto Adriana) y otro proyecto del que ya hablaré cuando avance enero. Este último me tiene muy feliz y espero que os sorprenda.

Echando la vista atrás, tampoco puedo decir que haya sido un mal año. Al contrario. Me han pasado muchísimas cosas buenas y he logrado cumplir la mayoría de mis metas: como haber publicado una novela muy importante para mí, haber estado firmando en la Feria del Libro de Madrid y haber asistido como autora también a Sant Jordi, haber terminado un manuscrito con una historia que me encanta (aunque a veces surja esa voz que eche por tierra todo mi trabajo), haberme hecho un tatu por primera vez, haber estado apuntada a yoga, haber viajado fuera de España bastante (Alemania, Ámsterdam y Londres), empezar a estudiar un nuevo idioma (bueno, algunas palabras sueltas y el alfabeto coreano), haber ido a más eventos literarios y conocer a gente maravillosa, haber hecho más presentaciones que nunca (no solo mías, para mí es todo un honor presentar a compañeras y poder hablar de sus novelas). Sobre todo me siento afortunada de las personas que me rodean y cuidan. Gracias por un año así de bonito.

Aunque más allá de la escritura, tengo muchos más propósitos. Algunos son repetidos de este mismo año, como hacerme otro tatuaje o seguir aprendiendo algún idioma. También quiero ir al menos a un concierto (voy en febrero a ver a Halsey, así que esto está casi cumplido), viajar fuera de España al menos una vez en el año y dejar de machacarme tanto a mí misma. Acudir a más eventos literarios, seguir aprendiendo de hablar en público, que no pasa nada, que no voy a hacer el ridículo y que sí tengo cosas importantes que decir. Intentar dejar de sabotearme tanto y disfrutar más del camino y de sus vistas.

¿Cuáles son vuestros propósitos de año nuevo? ¿Coincidimos en alguno?

Espero que 2020 cumpla muchos de vuestros objetivos. Por mi parte, os deseo estabilidad y alegrías. Que, pese a la situación que viváis, podáis encontrar un trocito de luz siempre.

¡Feliz año nuevo!

Carta a mí misma, propósitos y promesas

El día 30 de diciembre cayó del cielo una canción que me puso blandita y que me ha hecho pensar en escribirme una carta a mí misma. La canción es promise, de Jimin y dice «Quiero que seas tu luz, cariño. Deberías ser tu luz. Para que no sufrieras más, para que pudieras sonreír más». Y tiene razón. Es algo en lo que estoy poniendo mi empeño, en ser quien me salve, en ser mi propia luz.

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Este 2019 quiero cuidarme un poco más, intentar que esos rasguños sean los menos posibles. Soy una persona muy insegura y que, a la mínima, se hunde en sí misma. Me preocupo y pongo frente a mis ojos los peores escenarios. Sin embargo, esta sensibilidad para algunas cosas, contrasta con lo dura que tengo luego mi armadura exterior. Estoy ahí para todo, escucho todo, aconsejo, pongo mi hombro y mi piel. Pero en lo referido a mí, me cuesta llorar. Llorar por mí, para mí, no con una película o algo triste. Sino el hecho de desahogarme, de expresar esas lágrimas que curan.

No puedo decir que el vacío que llevo sintiendo toda mi vida ha desaparecido. En muy pocas ocasiones lo he vuelto a notar en este año, pero ahí sigue. Estoy acordándome de algunos escritos y poesías que escribí cuando era adolescente. No los entendía del todo en su momento, pero con la perspectiva y experiencia que tengo ahora siento que no he sabido tratarme bien porque aquel agujero sigue abierto en mi pecho. Lo he ido tolerando, ensanchando, haciendo que le crezcan raíces. Es parte de mí y he de aceptar el hecho de que, probablemente, no desaparezca jamás.

Sé que tengo un interior turbio. Que hay una melancolía extrema luchando siempre por arrastrarme a ella y que no la dejo alcanzarme. Alguna vez sí me coge de los talones, porque no siempre tengo fuerzas para pisarla, porque me dejo atrapar. El bienestar a veces pone sus sillones en los lugares más oscuros.

Hacía mucho que no me decía esta clase de cosas. Que no me ponía frente al espejo. Lo he pasado mal en más ocasiones de las que me gustaría reconocer en este 2018. Situaciones que me han sobrepasado y en las que me he sobrepasado conmigo. Por eso quiero hacerme la promesa de intentar tratarme mejor cuando me sienta sola. Porque no estoy sola. Nunca lo estoy.

Mi mente es una cárcel, pero la música difumina las rejas. Es lo que este año ha hecho que sean soportables algunos ratos conmigo misma. Hacía mucho que no escuchaba canciones que me intentaran hablar, que me hicieran replantearme la relación que mantengo con mi cuerpo, con mis pensamientos. Por eso los dos proyectos que empecé este año a escribir van mucho en sintonía a ese mismo mensaje. Conocerse a uno mismo, aceptarse. Y mi proyección en redes están intentando ir en esa línea también. Solo nos tenemos a nosotros mismos, no podemos ser otros; no es posible y no va a pasar.

Llegados a este punto, en el que he releído ya unas trescientas veces lo escrito, mis lágrimas ahora sí son mías. Qué raro sienta a veces reencontrarse, verse reflejada en las cosas que escribes sobre ti.

Sonia, eres testaruda, pero también fuerte. Has salido de muchas y aún ves las cicatrices de las batallas, aquellos moratones. A veces te da miedo mirarlas, sobre todo que el resto las vea. Sabes que tienes que dejar de pensar en que son debilidades. Todo te ha traído a este momento. Un momento feliz, de cierto equilibrio y paz. Debes prometer ser más honesta con tus sentimientos, tener paciencia con ellos. Cuidarte un poquito más, ser coherente con tus actos y tus palabras. Sé tu luz, nadie va a brillar por ti, nadie puede ser tú, vivir lo que tú. Prométeme seguir siendo fuerte. Prométeme pedirte perdón cuando toque.

Te quiere a veces,

yo.

Foto: Samanta Jiménez.

Sobre depresión y «La chica del corazón de agua».

Quiero advertir desde el comienzo que, si sientes que en algún momento mientras lees esto te empiezas a encontrar mal, que pares. Y que, si sientes algo parecido, te insto, por favor, a pedir ayuda. A hablar con alguien. Quien sea. Conmigo si quieres. Yo estoy aquí, yo quiero escucharte.

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Aesthetic de Petra. Fuente: Pinterest.

Ayer escribí un tuit en el que anunciaba que hoy se cumplía el primer aniversario desde que puse punto y final a una historia que hizo que diera todo de mí. Al principio se llamaba #ProyectoAgua o #ProyectoA. Tardé bastante en dar con un título acorde, pero, al final, lo encontré y me siento muy orgullosa de su significado (el aesthetic). También comentaba que se cumplía casi un año de mi recuperación. No puedo decir una fecha exacta, pero fue en algún mes después de terminar de escribir la historia de Petra. Y quizá hubiera mejorado antes, porque meterme en la piel de ella me exigió, a veces, demasiado. Tanto como para volver a sumergirme en la distimia conforme escribía.

Con esto no quiero decir que sea ejemplo de nada. Me hacía daño a mí misma al ponerme en situación, al volver a experimentar lo que era tener depresión. Solo sé que, al acabarla, me liberé y terminé por cerrar heridas y curarme. Por eso significa tanto para mí esta novela. No es mi historia, pero sí lo que yo sentía.

A raíz de esto, unos cuantos me hicisteis preguntas por privado. Sobre qué era lo que me pasaba, cuánto duró, cómo me di cuenta, qué hice para ponerle remedio, etc. Insisto en que no soy experta de nada, solo tengo mi experiencia para compartirla y confesar que hice muchas cosas mal. ¿Queréis saber un poco de mi historia? Aquí os dejo algunas pinceladas:

Durante el 2015 ocurrieron muchas cosas, tanto a mi familia como a mí. Aquella bola, por orgullo, por ser una chica que se calla sus cosas, por no querer preocupar, pues quise tragarla sola. Y lo hice. ¿Qué pasó? Que por dentro me anuló. Cuando comencé el último año de universidad en septiembre, mi cuerpo me dijo basta. Mi mente estaba tan sobrecargada que sentí cómo sus manos removían en mi interior y me apagaban.

Me costaba mucho salir de la cama, estaba muy cansada durante el día, comencé a no sentir emoción por lo que antes me ilusionaba. Imaginad lo frustrante que fue autopublicar Fugitivo, cumplir un sueño de toda la vida, y no poder alegrarte por ello. Tenerlo en las manos y no experimentar esas mariposas porque alguien las ha matado. Por eso no pude proyectar aquel momento tan especial con la intensidad que debía. También me forzaba muchísimo a sonreír y a intentar estar bien cuando salía; lo que luego se materializaba en más cansancio.

Después comenzó el dolor en el pecho. Había días en que me ahogaba y no podía hacer otra cosa que concentrarme en respirar, en que mis pulmones funcionaran. Era desquiciante porque o era como una marioneta, viendo la vida pasar, sin hacer absolutamente nada, o sentía aquel dolor. Así que lo que se suele tener en el imaginario popular de lo que es la depresión (tristeza y llanto), en mi caso no se correspondía. Me costaba mucho llorar. Sentir algo. Lo que fuera.

Pasaron meses, sí, meses, antes de saber que aquella época larga de sinsabor, de sinsentido, de vacío, tenía un nombre. Que era una enfermedad mental y que se llamaba depresión. Yo no sabía que algo así me podía tocar a mí. ¿Cómo? Si estaba bien con mi familia. Si iba a la universidad, tenía amigas, y no me faltaba de nada. Pero es que esta es una enfermedad que va más allá de tu estabilidad mental y física. Es pura química.

A partir de entonces intenté salir un poco más y empecé a realizar una cuadrícula con diferentes estados de ánimo para ir marcando cada día. Comencé a hacer un seguimiento de mis rutinas y de repetir lo que me sentaba mejor. Me di cuenta de que los lunes eran el peor día de la semana, por ejemplo, cuando acudía aquel dolor en el pecho. Después vi que era porque lo relacionaba con la productividad. Era mi mayor preocupación las veinticuatro horas. Por eso en la cuadrícula añadí diferentes acciones, para que mi mente entendiera que en realidad sí que hacía cosas a lo largo del día. No sabéis lo mucho que aprendí de mí durante todos los meses que hice aquello.

Fui mejorando poco a poco. Pero nadie lo sabía. Aquí es donde hago una pausa para deciros y pediros directamente que no seáis como yo. No en este punto. Era muy difícil de explicar, incluso de pensar en lo que me estaba pasando. No era capaz de enfrentarme a nadie y decirle que el vacío que sentía era tan grande que me daba igual incluso morir. Que todo me daba igual, que los días se sucedían y que sentía que me volvería loca. Que a veces me pellizcaba para sentir algo porque mi mente me decía que solo podía experimentar dolor o ese vacío. ¿Cómo decirle algo así a tus padres? Pues lo hice, mucho más adelante.

A principios de 2017 tuve una recaída. Curarse nunca es un camino recto y en ascenso. Hay curvas y agujeros. Fue entonces cuando había comenzado la historia de Petra y cuando, de manera consciente, quise ponerle remedio. Me costó mucho decírselo a mis padres (y en realidad apenas fui capaz de expresarme). Fui al médico, que me derivó al psiquiatra (fue una muy mala experiencia) y le pedí ver a un psicólogo (que me dio respuestas, diagnóstico y soluciones). Fueron unos meses de turbulencias por el motivo que os di al comienzo. La historia me exigía un estado mental del que intentaba salir. Pero no me arrepiento de haberlo hecho, dado que, cuando acabé de escribir, comencé de verdad a curarme. Fue un proceso catártico. Después, ellos leyeron la historia. Fue la única forma que encontré de decirles cómo me había sentido. Mis palabras llegaban tarde, claro. No quería que se sintieran culpables por no haberlo visto, por no haberme visto. La única que tuvo culpa fui yo. No pedí ayuda y la necesitaba. Todo habría sido diferente si lo hubiera dicho.
A veces me preguntan cómo estoy. Mis amigos y mi pareja también. Y debo deciros que es lo más bonito que podéis hacer por alguien a quien queréis. Preguntar, escuchar.

Siento que la entrada me haya quedado tan larga. Cada vez que cuento mi historia me libero un poquito más. Sigue costándome mucho hablar sobre ello, pero no quiero que caiga en saco roto. Si puedo ayudar al menos a una persona, seguiré. Si puedo darle un poquito de visibilidad a esta enfermedad (la primera incapacitante en TODO el mundo) y resaltar su importancia, seguiré.

Gracias por leerme.
Estoy aquí para escucharte.

Cuando la autoexigencia te detiene

Hace unos meses que, aunque intento volver a la escritura y a retomar proyectos, me cuesta mucho sentarme y llegar a concentrarme lo suficiente para avanzar. Sé que en parte es por haber perdido rutina. Creo que es algo que solo consigo cuando la historia está casi a la mitad y me pico para continuar.

Sin embargo, el otro día, hablando con otros amigos escritores y charlando sobre las inseguridades y lo mal que nos sentimos a veces con nuestros escritos, he llegado a una conclusión:

La crítica que llevo dentro no me deja escribir.

Imagino que es porque ha crecido, ha ganado experiencia tanto leyendo como escribiendo y ha llegado al punto de exigirme tanto que me bloquea.

Por lo que sé, no soy a la única que le pasa. A algunos les afecta a su productividad (hola, qué tal) y a otros a su visión de escritor (sintiendo que no vales para esto, que no eres lo suficiente bueno, que todo lo que sale de tu pluma es una m*****). A veces se juntan ambas y pa qué, pa qué. Que es inevitable ir ganado una visión cada vez más objetiva, pero es que es desquiciante cuando no te deja juntar dos párrafos más de dos días seguidos.

¿Qué hacer ante esto?

No, no ir a un supermercado a atiborrarse de gofres y tarta y bollería y chocolate. Que darse un capricho de vez en cuando tampoco viene mal, pero ese no va a ser mi consejo. (Y sí, creo que se nota mi obsesión por Millie Bobby Brown aka Eleven en Stranger Things).

¿Que qué hacer? Pues tomarlo de la manera más positiva posible porque, de otra forma, nos va a devorar y vamos a dejar de escribir. Si no le ponemos remedio, va a estar ahí machacándonos a cada hora. Porque la cabeza es terrible. Te hunde de una manera inexorable.

En mi caso, estoy leyendo mucho y hablando mucho con otros escritores. Me lo tomo como formación. Como un ejercicio. Porque sé que si me fuerzo a escribir, la frustración podrá conmigo y me aplastará como en otras ocasiones. Así que estoy aplicando una nueva filosofía conmigo misma. Porque, ¿sabéis? Es una de las cosas que he aprendido en estos años. Que es lícito ser indulgente con uno mismo. Que podemos darnos tiempo. Que podemos decir <<ahora no>>, y no pasa nada. Que primero está la salud mental y que nadie va a juzgarte por ponerte en primer lugar.

Con esto no quiero decir que deje de lado mis proyectos. Los estoy perfilando poco a poco. Pero intento fijarme en lo bueno de la situación, como que estoy encajando con más perspectiva las tramas y situaciones o que estoy modelando a los personajes concienzudamente. Además que, por suerte, estoy con la corrección de La Posada Shima (Editorial Onyx, junio 2018) y me mantiene a flote porque, al menos, siento que estoy siendo productiva.

Pero a lo que quiero llegar es a que, cuando empiezas a autosabotearte, debes pararte a pensar qué está pasando y darte cuenta de lo que está mal. Ver qué comportamientos tóxicos has adquirido y ponerles remedio. Sé que es muy complicado juzgarse a uno mismo e intentar redirigir los pensamientos a otros lares, pero también sé que, a la larga, nos irá mejor y podremos seguir creciendo. Y, sobre todo, que no estamos solos. Podemos compartir todo esto que sentimos. Mis amigos han sido lo mejor que me ha pasado en la vida y tengo la suerte de poder disfrutar de su empatía, consejos y apoyo. Creo que es el primer paso para destensar este nudo que nosotros mismos nos atamos.

Balance literario 2017

En twitter hice un balance algo diferente al que pretendo hacer aquí. Allí hice un hilo agradeciendo las cosas buenas que me pasaron en el 2017 en cuanto a mi vida personal. Hoy quería echar la vista atrás a mi año literario; de libros leídos y de logros escritoriles. Cuando he empezado a esquematizar esta entrada, me he dado cuenta de que si me ponía a hablar también de los personales se quedaría muy extensa, por eso me remito al hilo que hice en mi cuenta de twitter por si os interesa también saber esos.

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El primer y gran logro al que quiero remitirme es al de haber acabado de escribir otra novela: La chica del corazón de agua. Creo que he hablado hasta la saciedad de este proyecto en el que trato el tema de la depresión a través de una historia ficcionada. Fue una experiencia tan difícil de plasmar, de escribir y de superar; pero tan satisfactoria y catártica. Lo mejor que me ha pasado a posteriori fue el feedback tan increíble que recibí de mis lectores 0: las palabras de agradecimiento, lo que me contaron, las lágrimas, la alegría, el haber entendido mejor esta enfermedad. Me cuesta expresar todo lo que ha significado esta historia para mí. Ojalá podáis leerla algún día. Tras todo lo que me han dicho, creo que hoy en día es muy necesaria.

En cuanto a mis blogs, el relato que más visitas recibió fue No te acabes nunca. Un texto que le escribí en enero del año pasado a mi chico, al que le debo tanto. Por lo general no suelo hablar de lo que me inspira cuando escribo en el blog de leyends of puppets porque hay muchas cosas que duelen y no encuentro otra forma de deshacerme de ese malestar que escribiendo. Por eso cuando publico algo ahí, es más un desahogo que por inspiración. Tanto para lo bueno, como es en este caso, como para lo malo. Sin embargo, es genial que el que más se ha leído sea uno de los relatos positivos y que vaya sobre el amor.

El más votado, por contra, es El niño pájaro, con la mejor calificación del año. Habla sobre la guerra, sobre el abandono de los más pequeños y de las fantasías y leyendas que se crean. No es tampoco el relato más triste, ya que me parece que tiene un hilo de esperanza que se sucede con cada nueva palabra. Pero tampoco es el más alegre.

En el blog de La eminente Thropp, lo más leído ha sido lo más controvertido. En este caso, fue la entrada titulada ¿Me ha gustado «13 reasons why»? Aquí hablaba sobre la serie de «Por trece razones» y sobre el MAL tratamiento que se le daba a las enfermedades mentales, entre otras cosas. Fue una de las entradas con las que me quedé más satisfecha. Además de una de las primeras veces que hablaba sobre la depresión con sentimiento de causa.

Resultado de imagen de sere fragilLa reseña más vista fue la de Seré Frágil, de Beatriz Esteban. Fue una escritura con la que me quedé muy satisfecha también una vez la acabé. Tenía mucho que decir. Además, Beatriz me escribió cosas muy bonitas tras leerla y eso solo me hizo afianzar el amor y la admiración que siento por ella. Fue de esas lecturas que marcaron mi año. Pero si he de destacar las mejores, definitivamente serían: Rojo y Oro de Iria y Selene, Desayuno en Júpiter de Andrea Tomé, La flor de fuego de Alba Quintas, Virtud y Verdad de Rolly Haacht, Love letters to the death de Ava Dellaira, Bajo la misma estrella de John Green, La ciudad de las sombras de Victoria Álvarez, El cuento de la criada de Margaret Atwood y Tres enanos y pico de Ángel Sanchidrián.

Otra de las mejores cosas que pude hacer fue comprar el dominio de esta web. Ha sido la que ha recibido más visitas durante 2017. Me llena de orgullo que la entrada que más se viese y compartiera fuese el primer concurso de relato que hice por haber conseguido 1000 seguidores en twitter: Concurso + sorteo 1000 seguidores. Participó mucha gente y conocí a escritoras maravillosas. Hubo una calidad increíble.

Tuvo mucha repercusión también la entrada-reflexión El silencio del <<no>>. Tanto en redes como en el propio blog. Hubo mucha empatía y recibí muchas muestras de cariño y de identificación. Fue abrumador y demasiado guay que tantas personas bonitas se hicieran eco de ella.

Quiero destacar entre mis logros de este año el haber podido colaborar con dos de mis escritos en la antología de De-Tinta, que hizo un proyecto TAN mágico y me sentí tan realizada con él, que aún no tengo palabras para agradecer todo esto. Esta iniciativa quería unir a escritores e ilustradores para crear una preciosa obra llena de talento. En serio, yo he conocido a grandes artistas a raíz de esta oportunidad.
Participé con dos relatos: Uno lo amplié, ya que era un microrrelato que hice para un pequeño concurso que no gané. Ese es «monstruos en torres invisibles». Un relato fantástico sobre una chica que hace tiempo que puede ver una torre en medio de la ciudad donde vive en la cual habita un monstruo. Phrenan hizo con él un cómic muy del estilo lovecraniano en sepia. Supo captar la esencia de lo que contaba con una claridad pasmosa. Jamás habíamos hablado antes y fue como ver lo que había en mi mente ahí plasmado.

El segundo (y el más largo) se llama «La muerte del amor» y es uno de esos relatos de los que más orgullosa me siento de haber escrito. En realidad, creo que es de lo mejor que he escrito nunca. Y dada su extensión, la ilustradora decidió muy acertadamente hacer una única ilustración en la que confluyera el sentimiento principal de todo el relato. La talentosa Mymi González dotó de magia mis palabras con su preciosa ilustración (que tuvo el detallazo de mandármela impresa y que tengo colgada en mi cuarto porque es genial). ¡Seguidla en instagram!

Mymy González sujetando la ilustración «la muerte del amor». Créditos a ella. Seguidla y amadla.

Podéis leer la antología en LEKTU, donde puedes hacer un donativo o descargarte el PDF pagando con un tuit. ¡Muy fácil! Se espera que en febrero salga en papel. ¡Yo no aguanto más! Además, hay ahora otra convocatoria abierta que va sobre la visibilizacion de las enfermedades mentales. Creo que es una labor en la que todos deberíamos aportar nuestro granito. Nos afecte directamente o no. Por mi parte intentaré participar en esta nueva también.

Al final he acabado con una entrada demasiado extensa. Ya no voy a alargar esto más. Muchísimas gracias por darme un año tan maravilloso literariamente hablando. ¡Nos vemos en este 2018 con mucho más! Seguro que nos depara muchas sorpresas.

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El silencio del «no».

Una de las cosas más frustrantes que ofrece la escritura (si se quiere publicar), es la espera de respuesta por parte de las editoriales a las que has enviado tu manuscrito. Da igual cómo redactes tu carta de presentación o lo que pongas en el cuerpo del mensaje. Si no te pones en contacto con ellas tras unos meses, no obtendrás respuesta. Y, aún así, la mayoría no contestará. Tendrás suerte si, al enviar tu obra, recibes un mail programado indicando que les ha llegado.giphy (1)Hace ya 4 meses de la última vez que una editorial me dijo que necesitaba más tiempo para analizar mi manuscrito. Que comprendo que cada una tiene sus ritmos. No debe ser nada fácil decidir qué publicar, por qué obra apostar, qué portada, presentaciones, merchandising hacer, estimar cuánto puede vender ese autor nuevo, qué tirada imprimir…

Pero hace 4 meses de la última información, más otros cuantos meses previos antes de preguntar por primera vez cómo iba la cosa. Por eso escribo esta entrada hoy; porque hace un rato que he vuelto a enviar varios correos por si alguien me puede decir algo. Que pensarán que soy una pesada, pero no soy nada invasiva. Creo que los tiempos de espera han sido suficientes. He respetado los periodos que indican en sus webs o correos programados.

giphy (4).gifA lo que quiero llegar es que no es tan complicado decir «no». No es tan difícil tener un mail ya preparado que copiar y pegar para desestimar una proposición. A los escritores nos aliviaría tener alguna forma de saber que no se nos ha olvidado en la bandeja de entrada como no leído. No es un drama obtener una negativa. Aunque reconozco que siempre te quedas un poco decepcionado. Pero al enviar tu obra sabes a lo que te enfrentas. Para bien o para mal.

Pero más que un «no», sienta peor el silencio. Quizá no a todos les pase, pero por ese mutismo yo sí sufro ansiedad y una frustración cada vez mayor. Sin nombrar la inseguridad que uno ya tiene de por sí y que se acrecienta. ¿Valgo para esto? ¿Soy tan pésima? ¿Pero me leen? ¿Será que tengo que abandonar este sueño? ¿Para qué me esfuerzo tanto?

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Sí, a veces me apetece gritar. Enviar una cantidad tan grande de correos para que mi nombre sature su bandeja de recibidos hasta que alguien me escriba: «Oye, que sí que te hemos leído. Para».

Pero entonces, ¿por qué lo hacen? ¿Por qué no contestan? ¿Es falta de organización? ¿Es falta de interés? ¿Es miedo  o lástima porque no quieren romper nuestros corazones?

Obtener un «no», no es desanimarnos. Y para nada es un fracaso. Es tachar de la lista únicamente un nombre para poder seguir en busca de otras oportunidades. Es dar la vuelta a tu discurso para ver si otro funcionaría mejor. Es reinventarse.

Siento toda esta parrafada. Hay cosas que no comprendo y que creo que jamás comprenderé. Pero pienso que hace falta un pelín más de empatía en esta clase de sectores. Cuando envío un mail no mando unas cuantas hojas llenas de letras. Es un compendio de esperanza, sueños, dedicación, sufrimiento, orgullo, experiencia, anhelos y tiempo. Es un trabajo solitario que requiere mucho esfuerzo y constancia. Es una parte de mí.

Pero bueno, todo esto es solo un pensamiento. No me voy a retirar de esta carrera tan apasionante ni a dejar de escribir. Seré mejor o peor. Gustará más o menos lo que tenga que decir o lo que tenga que contar, pero si me detengo, no podré llegar a mejorar. Solo toca armarse de paciencia y seguir.

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Jareth también sabe de esperar.

Escucharse a uno mismo

Hoy quería ocupar el espacio que me deja este blog (casi abandonado) con una reflexión personal.

Me he dado cuenta de lo poco que apreciamos los momentos con otras personas. No con cualquier persona, si no con las que nos hacen sentir bien. Son ratos que pasan veloces, y tal como llegan, parecen marcharse. Al menos esa es la sensación que hoy me ha asaltado. Pasé dos días buenísimos en los que me reí muchísimo con una gran amiga que vino a Madrid (de verdad que esas horas me llenaron tantísimo), pero justo el sábado a la tarde se torció por una mala noticia. La burbuja de felicidad explotó y, al día siguiente, no quedó nada de aquello.

Tuve que asistir a un evento al que a nadie le gusta hacer acto de presencia porque, precisamente, se reúne la gente para reparar en esa persona que ya no está.

A lo que voy es que, hoy, varios días después, escuchándome más de cerca, he comprendido de pronto que me sentía algo melancólica. No lo había notado, pero una carga se había agazapado en mi espalda y había clavado sus uñas invisibles. Porque lo que impacta en tu vida, provoca un seísmo en el resto de días de tu existencia. Tanto lo bueno como lo malo, aunque esto último resuena con un eco más potente.

Y me he sentido vulnerable, falta de esos recuerdos tan divertidos que había vivido la semana anterior. Sentí que no los había guardado con el cuidado que se merecen, con el detallismo necesario. Pero es que pensamos que los buenos momentos serán eternos, al igual que el equilibrio emocional. Al igual que la salud.

El mensaje que quiero trasmitir es que abracéis, que disfrutéis de la buena gente, de los que os quieren y de a los que queréis. Que digáis te quiero. Porque es un mal hábito el sobreentenderlo. El pensar que el otro ya lo sabe. Pero yo hoy necesitaba un abrazo, un te quiero y no lo sabía. Puede parecer algo tonto, pero nunca está de más pisotear el orgullo y abrirse un poquito a los demás.

Mi mal hábito es nunca decir estas cosas. Que en ocasiones muy puntuales como hoy me siento mal, que quiero llorar. Me las trago como un mal veneno. Pero estoy en el dificultoso trabajo auto impuesto de empezar a cuidar de mi mente también, así que escribo esto para creérmelo más. Ha sido uno de los beneficios de escribir La chica del corazón de agua.

Así que…

Escuchaos. Cuidaos. Quered y quereos.