Más que nunca, hablemos de salud mental

Con la triste noticia de ayer, las redes se han llenado de condolencias, fotos y del mensaje de que hay que hablar más de salud mental y del suicidio. Pero a los dos días, con toda probabilidad, esto volverá a desaparecer y muchos volverán a las andadas porque no saben usar en condiciones una red social. El anonimato, el quedar por encima, la forma en la que cosificamos y no se ve a la persona tras una cuenta pública, no tener tacto ni respeto a la hora de opinar… Creemos que nuestras acciones en internet no tienen consecuencias, pero el eco que generan puede ser brutal.

Aunque la hipocresía con este caso ha ido más allá. Por un programa de televisión en el que una persona actuaba raro, de forma extrema a veces, en vez de poder pensar «necesita ayuda, hagamos algo por ella», no, las redes se cebaron, la llamaron loca y sí, le dijeron que fuera al psiquiatra, pero en tono de burla y desprecio. ¿Esto es lo que vale la vida de alguien? ¿De verdad somos seres tan insensibles? Alguien estaba gritando socorro y su comportamiento se tomó a mofa.

Debemos dejar de señalar, de dudar, de criminalizar a quien se sienta mal, de invalidar sentimientos negativos. Debemos empezar a creer y a intentar ayudar de verdad. Tendemos a ignorar lo que nos incomoda y eso solo nos hace cómplices de las consecuencias. Nosotros también tenemos culpa.

No soy alguien con muchos seguidores, ni cuyos tuits se viralicen, pero siempre intento aportar todo cuanto puedo a las causas que me resultan importantes. Y cuando se toca este tema, a mí algo se me enciende por dentro. No escribo sobre depresión para que siga quedándose en el silencio, no intento sacar el tema cada vez que puedo para que sigan ocurriendo desgracias. Lo hago porque sé que ayuda. Sé que alguien puede necesitar escuchar esas palabras, dar con el término, sentir la llamada y que busque ayuda.

Mucho antes de estar sensibilizada sobre las enfermedades mentales, cuando cumplí los 23, yo iba camino hacia la oscuridad sin saber que tardaría aproximadamente un año en ponerle un dichoso nombre. Porque yo no tenía ni una sola representación fiable de lo que era una depresión. Solo sufría, sin comprender por qué mi cuerpo y mi cabeza me odiaban tanto. Por qué me daba igual todo. Estar o no estar. Por qué no podía sentir. Por qué no era capaz de moverme ni de hacer nada con mi vida. ¿Por qué no supe entonces que podía pedir ayuda?

He dejado de buscar culpables desde hace tiempo, porque eso solo me hace sentir mucha tristeza. Por mí, por mi entorno, por las personas que, como yo, no tenían una lista de síntomas para comprender que por lo que estaban pasando era una enfermedad. Y que, como tal, podían acudir a un médico. Podían buscar a aquel especialista y encontrar tratamiento, bien con terapia, bien con fármacos. Pero que tenían esa opción. Opción que no contemplé hasta la última recaída importante y que me confirmó lo que, por mi cuenta, y tras dos años y medio, ya sabía.

Hablar sobre las experiencias personales es muy difícil, exponerte así da miedo. Pero a mí me da más miedo no hacer todo lo posible por tender mi mano y mi entendimiento a alguien que lo esté necesitando, a alguien que lo esté buscando, aunque aún no sepa de forma clara el qué. A mí me da más miedo que alguien más pase por el mismo túnel de incomprensión por el que pasé yo, saberlo y no poner todo mi empeño en atravesarlo juntos. A mí lo que verdaderamente me da miedo, es que la depresión mate. Sí, muerte. Parece que es lo que más tememos decir, pero no nombrarla la hace más fuerte. El índice de suicidios en España es escalofriante, y tras la cuarentena y con la pandemia, nuestra salud mental ha sufrido muchísimo. Intentemos tratarnos con más comprensión y ternura, ser más pacientes con nuestros ritmos, aunque la sociedad nos diga lo contrario.

Vivimos con la idea de la productividad, de la inmediatez, las modas, la felicidad impostada, pero ni una sola persona es así todo el tiempo. Todos necesitamos nuestros malos días, llorar, descansar, sentirnos mal. Está bien. Somos humanos.

Y también quiero decir que, sea por lo que sea que estés pasando, puedes pedir ayuda. No tienes que esperar a llegar a ningún nivel extremo, no tienes que compararte con Fulanito, que es que él sí que tiene un problemón. Cada uno tiene su vida y le afectan las cosas de formas diferentes. Lo que para uno puede ser una tontería, para otro puede suponer un trauma fuerte y viceversa. Lo que sientes es tan válido y tan real que no necesitas más para dar el paso. Todos merecemos estar equilibrados con nosotros mismos, todos merecemos estar bien. Y sí, la seguridad social es desquiciante. No hay medios, no hay profesionales, y no se puede hacer un seguimiento dando citas cada dos meses. Pero si acudes, seguirá siendo un paso importante para ti.

No tengo soluciones, lo siento, solo mi experiencia y palabras de consuelo. Siempre pienso que me gustaría poder hacer más, dar más. Pero solo tengo mis novelas y este pequeño altavoz que seguiré utilizando todo cuanto pueda.

No estáis solos. No estamos solos. Hablad, siempre hablad.