¡Hola, hola!
Hoy os traigo al ganador del concurso de relato de sci-fi o fantasía que comenzó el 20 de marzo y que finalizó el 20 de abril. ¡La cosa ha estado muy reñida! Recuerdo aquí las bases por si te lo perdiste o no sabes de lo que hablo:
Debo reconocer que las primeras semanas pensé en cancelarlo por la poca participación pero, al final, se presentaron unos cuantos a última hora y me junté con unos relatos buenísimos. He disfrutado una barbaridad leyendo, y es que no pensaba que fuera a haber tanta calidad. Me alegro un montón de haber hecho este concurso solo por descubrir tantos mundos e historias diferentes. Todos, de verdad, sois unos pedazo de escritores.
Pero solo puede ganar uno. Y, tras quedarnos con dos finalistas, decidimos que el relato que más nos había gustado es:
«Costura para granjeras tristes«
que pondré íntegro más abajo. Así que… ¡Felicidades Celia Añó!
(Estoy algo pillada de tiempo, así que intentaré ir a correos la semana que viene. ¡Voy a intentar que quede un regalo bonito! Así que pido paciencia).
Y ahora, ¡toca elegir al otro ganador por sorteo! Como veis, escribí todos los pseudónimos (excepto el del ganador del concurso) e hice papelitos. No se me dan muy bien las nuevas tecnologías, así que el vídeo del sorteo es un poco… en fin. Disculpad mis uñas mal pintadas. La falta de tiempo.
Tuve que cortar el principio porque se me cayeron los papeles, de ahí mi falta de interés en moverlos mucho más, porque ya puedo asegurar que quedaron bastante removidos.(Bueno, estoy bastante enfadada porque wordpress no me dejaba subir vídeos si no pago, así que me ha tocado estrenar mi cuenta de youtube para un vídeo de segundos).
¡Felicidades, Marina!
¡Eres la ganadora de un ejemplar firmado de mi novela, Fugitivo!
(Me pondré en contacto con las ganadoras en un rato -más bien por la tarde-. Que al final esta entrada se ha comido prácticamente mi mañana).
Por twitter me comentasteis que estaría genial poder leer todos los relatos que participaron (que os aseguro que son buenísimos). Y estoy pensando la forma de hacerlo, pero no me decido. Si tenéis alguna sugerencia, podéis comentarme abiertamente por aquí o por mi cuenta de Twitter: @SoniLero.
¡Pero hoy le toca el turno al flamante relato ganador!:
Costura para granjeras tristes
Núria se despertó con el corazón roto.
Al levantarse notó que algo tintineaba dentro de su pecho. Sonaba a gorgoteo, a esquirlas y melodía de campanillas. La chica se sentó en el borde de la cama y se llevó una mano al pecho. No notó nada, solo angustia en vez de latidos. Entonces se dio cuenta que había estado llorando por la noche, lágrimas negras de nuevo, densas, pegajosas, que habían manchado las sábanas con dibujos de caras deformes y miradas ciegas. Todavía las notaba en sus mejillas como alquitrán reseco. Se restregó los ojos y al apartar la mano vio que el dorso se le había manchado de ese mismo negro algo violáceo. Suspiró, cansada, y volvió a acostarse. Cogió la manta y se cubrió con ella por entero, formando una improvisada crisálida de retales y estampado de ositos.
Y volvió a dormir, solo que esta vez no soñó. Dejó la mente en negro y se olvidó de seguir existiendo.
Afuera, su casita de madera se estremeció por el viento. Tenía que cuidarla, tenía que regar el huerto y evitar que los zorros atacaran su granja, pero ella solo quería seguir escondida bajo el edredón.
Una noche despertó. Tenía los ojos turbios, una sonrisa triste y los pelos de punta. Seguía sin fuerzas, pero se obligó a levantarse. Al hacerlo volvió a escuchar a los pedazos del corazón revolverse en su pecho. Era molesto: sentía cómo golpeaban las paredes de su caja torácica, arañándola, sacudidos por la inercia del caminar. Haciendo un esfuerzo, Núria se arrastró hasta el espejo ovalado que tenía en su tocador.
De pequeña, su cómoda había estado llena de libros de dibujos, horquillas de colores y lacitos para la ropa. Según crecía, acabó por llenarse de más manuales para leer, una caja de costura y balas de rifle. Hasta que un día lo tiró todo al suelo de un manotazo.
La muchacha se agachó y recogió su caja de costura del suelo, depositándola sobre el tocador. Con dedos temblorosos, sacó de ella unas tijeras y dedales.
Las hojas de las tijeras refulgieron, plateadas, en medio de la oscuridad. Tras un centelleo, empezaron a recortar la tela de la camisa de dormir. De arriba hasta el cuello, recorriendo en zigzag justo al lado de los botones.
La prenda cayó al suelo.
Núria se miró en el espejo. Su pecho era una amalgama de cicatrices, puntos y suturas torcidas.
Las tijeras chasquearon un poco y volvieron a cortar. Esta vez carne, siguiendo un nuevo patrón, un camino independiente del resto de puntos. La muchacha cortó mirándose en el espejo como si estuviera observando un cuerpo ajeno, extraño, el de otra chica como ella, pero sin ser ella. Cortó piel, traspasó músculo y alcanzó el hueso. Un cuadrado imperfecto de carne cayó al suelo.
Ahora en su pecho había un boquete cuadrado, una puerta hacia su interior. Núria se llevó las manos hasta el agujero y empezó a rebuscar en él. Hasta que encontró los pedazos rotos del corazón. Los sacó con sumo cuidado, evitando que se volvieran a romper, y los dejó encima del tocador. No se detuvo hasta que dio con todos. Contarlos fue sencillo: hacía tiempo que los había enumerado, de manera que solo tuvo que seguir los números y montarlo como si se tratase de un puzle. Los pedazos encajaban, pero no se sostenían: la muchacha observó cómo el corazón volvía a desmoronarse en veinticuatro trocitos diferentes.
Con un suspiro, sacó hilo y aguja y empezó a coserlo. Cuando terminó, levantó el corazón hasta la altura de sus ojos y lo escudriñó. No podía permitirse ningún error, ningún hilo suelto, ningún cabo mal anudado. No si así evitaba que se volviera a romper. Pero al igual que las otras siete veces, todo parecía estar en su sitio. Perfecto, sin margen de error o duda.
Núria bajó los brazos. Seguía sin entender por qué el corazón no funcionaba. Se le escaparon varias lágrimas más, todas oscuras como gotas de noche. El cansancio no se iba, pero era peor estar con el pecho vacío: tener corazón dolía, pero su ausencia era como arrastrar un agujero negro que absorbía el entusiasmo y la felicidad.
La chica guardó el corazón en un cajón del tocador. Lo cerró bajo llave y se fue hasta el armario. Sacó sus botas altas y una chaqueta con la que abrigarse, y salió afuera. El viento y una fina llovizna sacudieron su cuerpecillo. La chica se estremeció al notar como el aire acariciaba las paredes carnosas de su caja torácica. Se cubrió aún más con la chaqueta y, raqueteando, se arrastró hasta su pequeña granja.
Quizás el problema no era el corazón, sino el hueco. Tenía que buscar otro que encajara en su pecho.
Celia Añó.
¡Muchísimas gracias a todos por participar!
Reblogueó esto en Celia Añóy comentado:
¡Nuevo cuento! Esta vez para el concurso de Sonia, espero que os guste 😀
Me gustaLe gusta a 1 persona