Cuando se hace viral un tuit sobre salud mental

Primero pongo en contexto:
Ayer, 08/01/2022, vi una noticia en mi cuenta de Twitter que llamó poderosamente mi atención. Entré e hice pantallazo (no compartí la noticia en sí porque considero que darle clics a una web que monetiza a sus lectores y que usa algo tan grave -y morboso- para tener visitas pues está mal). Lo dicho, subí un tuit manifestando el horror que sentí al contemplar la gráfica que mostraba una comparativa de las muertes que había habido por COVID y por suicidios en diferentes franjas de edades. Justo después dejé el móvil en la taquilla del trabajo y me fui. Durante el día de ayer empezó a tener mucha interacción, mucha muchísima. Dejo pantallazo del tuit en cuestión:

Tuit en el que se lee "Esto es terrible" y aparece una foto donde se ve una gráfica comparativa por edades de 0-29, de 30-39 y de 40-49 donde la columna de muertes por suicidios es el doble que muertes por Covid en las dos primeras franjas y en la última la supera por un cuarto. Se lee además que la fuente es del periódico El mundo y que titula la noticia: el suicidio, la pandemia silenciosa que se cobra más vidas de jóvenes que el covid-19.
Fuente de la noticia: El periódico digital El mundo.

Quizá no debería de darle más importancia, pero sí que la tiene. Que una noticia sobre suicidios cause tantísimo revuelo y que tanta gente la comparta quiere decir que comprendemos que, aunque esto viene de lejos, la pandemia nos está costando muchísimo más que la salud física. Los que me conocéis un poquito sabéis que la salud mental siempre está presente en mis discursos, así como en mis novelas. Que la última, Euforia, toque el tema del suicidio tampoco es casual. Eludir hablar de un tema solo lo convierte en tabú, invisibiliza un problema real al que hay que poner soluciones de inmediato. Con una sanidad pública colapsada, con tan pocos efectivos en las ramas de psiquiatría, y con tiempos de espera de más de un mes (depende de cada Comunidad) para que te hagan seguimiento, es lógico al igual que descorazonador que uno llegue a pensar que hay pocas salidas. Pero otra de las cosas que me ha enseñado este tuit viral, ha sido la cantidad de gente dispuesta a ayudar y a ofrecerse a escuchar. Yo, en lo personal, me quedo con esto.

También, el hecho de que tanta gente viera el tuit y opinara, me dejó una gran reflexión. Creo que es bueno hacer este tipo de ejercicio para ver qué impacto tienen tus palabras y actos en el mundo. Y creo no, sé que fue algo positivo. La gran mayoría se escandalizaba, al igual que yo y se preguntaba por qué no abría esto cada día las noticias en vez del COVID, otros me cuestionaban y me pedían explicaciones, a los que muy amablemente remitía a su fuente original y a otras fuentes que algunas personas aportaron a la causa. Desde aquí mi agradecimiento. El hecho de que la gráfica sea tan simple levantó muchas ampollas. Es cierto que no indica una cantidad, que tampoco hay una variable Y, y que usa una comparativa que nada tiene que ver una cosa con otra. Pero, con sinceridad, no era necesario porque hizo su función. Explicaba desde un concepto que conocemos porque lo vemos todos los días (COVID, infectados, muertes) y lo tomaba de referencia para mostrar otra realidad mucho más aplastante. ¿Que debería de haber cifras en esa noticia? Por supuesto. Pero no podemos tampoco exigir que por una vez que se hable de esto, se haga de forma tan exhaustiva. Y creo que en la simpleza del tuit está el por qué de su viralización.

Y no quiero acabar sin hablar de un tema muy preocupante, ya que algunos citaron el tuit con frases como «ahí estoy yo mañana» o «yo soy el próximo» o «la verdad que dan ganas de engrosar esas gráficas». Entiendo que muchos se lo tomaron a guasa con un XD final, ironizando, pero sé que otros solo dejaban por escrito su grito de auxilio. Porque a veces se verbaliza algo antes de pararse a pensar realmente en ello. Sin embargo, creo que esto me vino grande porque, aunque sí hablé con algunas personas, otras se me quedaban ocultas y tengo la sensación de que me quedó mucho por hacer. Sé que no es mi función. Que lo que ha ocurrido ha sido algo muy puntual, que solo soy una persona empática que quiere ayudar. No tengo formación de ninguna clase en cuanto a psicología, solo cuento con mi experiencia personal con la depresión y con el testimonio y charlas de otras amigas que han estado en mi misma situación. He leído mucho al caso, pero para nada me considero alguien que pueda ayudar de verdad. Solo puedo ser un oído, unas palabras de aliento, un primer paso que derive en ponerse en manos de un profesional. Pero mis MD siempre van a estar abiertos por si lo necesitas.

Y por último decirte que no estás solo. Ahora mismo las cosas no parecen muy halagüeñas, pero pasarán y tú dejarás de sentirte así. Créeme. Te mando un abrazo enorme y te insto a hablar.

Más que nunca, hablemos de salud mental

Con la triste noticia de ayer, las redes se han llenado de condolencias, fotos y del mensaje de que hay que hablar más de salud mental y del suicidio. Pero a los dos días, con toda probabilidad, esto volverá a desaparecer y muchos volverán a las andadas porque no saben usar en condiciones una red social. El anonimato, el quedar por encima, la forma en la que cosificamos y no se ve a la persona tras una cuenta pública, no tener tacto ni respeto a la hora de opinar… Creemos que nuestras acciones en internet no tienen consecuencias, pero el eco que generan puede ser brutal.

Aunque la hipocresía con este caso ha ido más allá. Por un programa de televisión en el que una persona actuaba raro, de forma extrema a veces, en vez de poder pensar «necesita ayuda, hagamos algo por ella», no, las redes se cebaron, la llamaron loca y sí, le dijeron que fuera al psiquiatra, pero en tono de burla y desprecio. ¿Esto es lo que vale la vida de alguien? ¿De verdad somos seres tan insensibles? Alguien estaba gritando socorro y su comportamiento se tomó a mofa.

Debemos dejar de señalar, de dudar, de criminalizar a quien se sienta mal, de invalidar sentimientos negativos. Debemos empezar a creer y a intentar ayudar de verdad. Tendemos a ignorar lo que nos incomoda y eso solo nos hace cómplices de las consecuencias. Nosotros también tenemos culpa.

No soy alguien con muchos seguidores, ni cuyos tuits se viralicen, pero siempre intento aportar todo cuanto puedo a las causas que me resultan importantes. Y cuando se toca este tema, a mí algo se me enciende por dentro. No escribo sobre depresión para que siga quedándose en el silencio, no intento sacar el tema cada vez que puedo para que sigan ocurriendo desgracias. Lo hago porque sé que ayuda. Sé que alguien puede necesitar escuchar esas palabras, dar con el término, sentir la llamada y que busque ayuda.

Mucho antes de estar sensibilizada sobre las enfermedades mentales, cuando cumplí los 23, yo iba camino hacia la oscuridad sin saber que tardaría aproximadamente un año en ponerle un dichoso nombre. Porque yo no tenía ni una sola representación fiable de lo que era una depresión. Solo sufría, sin comprender por qué mi cuerpo y mi cabeza me odiaban tanto. Por qué me daba igual todo. Estar o no estar. Por qué no podía sentir. Por qué no era capaz de moverme ni de hacer nada con mi vida. ¿Por qué no supe entonces que podía pedir ayuda?

He dejado de buscar culpables desde hace tiempo, porque eso solo me hace sentir mucha tristeza. Por mí, por mi entorno, por las personas que, como yo, no tenían una lista de síntomas para comprender que por lo que estaban pasando era una enfermedad. Y que, como tal, podían acudir a un médico. Podían buscar a aquel especialista y encontrar tratamiento, bien con terapia, bien con fármacos. Pero que tenían esa opción. Opción que no contemplé hasta la última recaída importante y que me confirmó lo que, por mi cuenta, y tras dos años y medio, ya sabía.

Hablar sobre las experiencias personales es muy difícil, exponerte así da miedo. Pero a mí me da más miedo no hacer todo lo posible por tender mi mano y mi entendimiento a alguien que lo esté necesitando, a alguien que lo esté buscando, aunque aún no sepa de forma clara el qué. A mí me da más miedo que alguien más pase por el mismo túnel de incomprensión por el que pasé yo, saberlo y no poner todo mi empeño en atravesarlo juntos. A mí lo que verdaderamente me da miedo, es que la depresión mate. Sí, muerte. Parece que es lo que más tememos decir, pero no nombrarla la hace más fuerte. El índice de suicidios en España es escalofriante, y tras la cuarentena y con la pandemia, nuestra salud mental ha sufrido muchísimo. Intentemos tratarnos con más comprensión y ternura, ser más pacientes con nuestros ritmos, aunque la sociedad nos diga lo contrario.

Vivimos con la idea de la productividad, de la inmediatez, las modas, la felicidad impostada, pero ni una sola persona es así todo el tiempo. Todos necesitamos nuestros malos días, llorar, descansar, sentirnos mal. Está bien. Somos humanos.

Y también quiero decir que, sea por lo que sea que estés pasando, puedes pedir ayuda. No tienes que esperar a llegar a ningún nivel extremo, no tienes que compararte con Fulanito, que es que él sí que tiene un problemón. Cada uno tiene su vida y le afectan las cosas de formas diferentes. Lo que para uno puede ser una tontería, para otro puede suponer un trauma fuerte y viceversa. Lo que sientes es tan válido y tan real que no necesitas más para dar el paso. Todos merecemos estar equilibrados con nosotros mismos, todos merecemos estar bien. Y sí, la seguridad social es desquiciante. No hay medios, no hay profesionales, y no se puede hacer un seguimiento dando citas cada dos meses. Pero si acudes, seguirá siendo un paso importante para ti.

No tengo soluciones, lo siento, solo mi experiencia y palabras de consuelo. Siempre pienso que me gustaría poder hacer más, dar más. Pero solo tengo mis novelas y este pequeño altavoz que seguiré utilizando todo cuanto pueda.

No estáis solos. No estamos solos. Hablad, siempre hablad.

Euforia + aviso de contenido

¡Hola, hola! 

Hoy os vengo a hablar un poco de la novela, dado que la preventa ¡ya está activa! Podéis reservar Euforia a través de la web de la editorial, que, además, os vendrá con firma y regalitos.

Ya di unas pinceladas de Euforia cuando todavía era un proyecto, escribí precisamente sobre ella aquí.

Lo primero, ¿de qué va? De un grupo de amigos de la infancia que, tras un incidente, uno de ellos decide marcharse a Seúl, con lo que el grupo se disgrega. La historia empieza con nuestro protagonista, Jun, volviendo a su pueblo natal. Ha estado teniendo sueños con ellos y quiere comprobar si todo está bien, si aún no es tarde para recuperar lo que un día tuvieron. Sin embargo, nada será como imagina; los encuentros sorpresa solo le traerán más dolor y harán patente que todos han pasado página.

Como habéis podido intuir, ocurre en Corea del Sur. Y, aunque imagino que quizá pensabais que hablaría sobre k-pop, no es el caso. Es una historia de personajes, en la que vuelvo a tratar la salud mental por medio de varios de los protagonistas. Esto es algo en lo que quiero extenderme un poco porque en la novela he decidido no poner aviso de contenido. Como bien defendía Carolina Casado en este artículo, los trigger warning se han desvirtuado un poco y creo que la novela no es para nada escatológica o dañina. Puede incomodar, claro; como siempre que se trata de una enfermedad mental, para entenderla hay que ponerse en la piel de alguien enfermo. Así que sirva esta entrada y los tuits que pondré durante este tiempo como ese aviso.    

Si no quieres saber de qué enfermedades hablo en concreto, porque pienses que es un poco spoiler, no leas este párrafo: En Euforia se trata la anorexia nerviosa y la depresión, también se habla del suicidio, aunque no se muestra nada, solo se explora lo que sienten o sentían en algún momento los protagonistas. Y, si me habéis leído alguna vez, ya sabréis que siempre trato estos temas habiéndome informado mucho, acudido a fuentes de primera mano y con el máximo respeto posible, sin dejar de lado el mensaje esperanzador, porque se sale, se puede salir. Pero eso no quita que pueda ser incómodo leer a Luha o algunos pensamientos de Jun. Pongo más el foco en Luha porque es el que empieza la novela en un hospital. Aunque el hilo argumental de la historia es la separación de los chicos y lo que ocurre a partir de entonces.  

Ilustración de los cuatro protagonistas por Inma Moya.

Para presentaros un poco a los cuatro amigos os dejaré esta frase extraída de la sinopsis:     

El chico del anuncio, el chico del hospital, el chico que vive en la calle y el chico que se fue.

Esa es la situación de cada uno justo al comienzo. ¿Podrán cambiar su situación al final?  

La sombra del vacío

Dado que es el mes de la salud mental, hoy quería escribir una carta a una antigua compañera de vida. Aquella que se hizo tan grande como para taparme el sol, como para absorber mi vitalidad, que fue un monstruo que nació de mí, pero que aprendí a entender, con el que aprendí a convivir:

Quería hablarte, escribirte una carta por el equilibrio que ahora siento.

Podría decirse que es un poco dañino echar la vista atrás y regodearme en lo que una vez sentí. Quedarme ahí en medio de un recuerdo para que me golpee. A veces, cuando acudo a él, es para que lo haga, que me dé bien fuerte. Y otras, como hoy, es solo por ver ese momento desde una perspectiva sin dolor. Porque he avanzado, he recorrido una larga distancia y lo bueno es que, cada vez, debo ir mucho más hacia atrás para llegar a él.

Aunque más que un recuerdo, es volver a ti, a la que desde entonces siempre está ahí. No sé si alguna vez he llegado a odiarte. Hacerlo sería como odiarme a mí misma, pero sí odio lo que sentía en aquellos momentos, lo que me hacías sentir, aunque a veces ponga mis pies en aquel foco de vacío de nuevo.

Imagino que no terminamos de pasar página del todo, que existe cierta añoranza a lo que más nos daña. Me impregno de una melancolía extraña que me arrastra a escuchar tu voz de nuevo, a verte y pensarte con cierta ternura. No quiero romantizar el concepto, pero sí que me sumerjo en esa piscina para ahogarme cuando menos lo espero. Ahora tengo a mano la escalerilla. Sé que puedo salir de ahí cuando quiera. Quizá esta actitud tóxica conmigo misma es una forma de decirme que nadie termina de curarse del todo, que siempre queda un pequeño residuo. La mente es un laberinto complicado de experiencias y emociones, y todo lo que nos ocurre nos influye, nos conforma, no podemos escapar de quienes somos porque somos el conjunto de todo ello, de lo bueno y de lo malo, de lo superado y de lo que atravesamos en el presente.

Y, sin embargo, en otras ocasiones me veo con un mechero en la mano, dispuesta a quemar esa parte de mi pasado. Crear una bola de fuego tan grande que ilumine la ciudad. Pero tengo miedo del resultado. Si solo quedaran cenizas, al soplar, ¿te irías con el viento y no volvería a verte? Pero ¿y si te convirtieras en un sol al que no puedo dejar de mirar? Una estrella ardiendo por siempre, a mi lado, quemando, hasta que no tuviera escapatoria.

No siempre es bueno volver a ti, lo sé, aun así ahora mismo puedo ver tu sombra tras mis pies y nos sentir nada al mirarte. Ni miedo, ni angustia. He conseguido hablar de ti en un medio de comunicación, en una novela, en mi blog y en mis redes sociales. Has tocado mi vida con tus manos llenas de tinta y aún me encuentro algunas de tus huellas sobre la piel. Pero yo dejé mis huellas también para recordarme que nunca serás tan importante como lo soy yo.

Hoy te recuerdo, sí, pero has perdido el control sobre mí.

¡Notición a la vista!

¡Hola, hola!

Hoy he estado en Barcelona presentando La posada Shima en la librería Alibri y ha sido increíble. Me ha presentado la maravillosa editora de Onyx Editorial, Marta, a quien tengo un cariño increíble y ha venido más gente de la que esperaba. ¡GRACIAS A TODOS! He podido conocer a muchas personitas y ha sido toda una experiencia que atesoro muy dentro.

Además, se ha desvelado una noticia que tenía muchísimas ganas de dar: ¡el año que viene publicaré NUEVA NOVELA! Mi queridísima Petra ha encontrado editorial, así que en primavera tendréis a LA CHICA DEL CORAZÓN DE AGUA por las librerías. Y no podía ser de la mano de otra editorial que de Onyx 💕.

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En otras entradas os he hablado bastante de esta novela. Fue el resultado de haber sufrido depresión y de no haber podido expresar en su momento cómo era sentirse así. Pero, más allá de tratar esta enfermedad mental, vais a conocer a mis tres chicos de oro: Ian, Leroy y Jairo. Mis tres bebés. No sé si tengo unos personajes más queridos que ellos, porque mientras ayudaban a Petra, me curaban a mí.
Aún no puedo daros más detalles, pero os dejo con el aesthetic de Petra que hice hace un tiempo en el que se ven algunas localizaciones de la novela y cómo explica su estado al comienzo de la novela.

Estoy impaciente por poder compartir con vosotros más cositas. Espero que le deis un fuerte abrazo a mi parte más sentimental porque vaticino que la corrección y el proceso que va a empezar ahora me va a exigir mucho.

Gracias a todos por seguir ahí y por darme tanto amor. Es lo más difícil que he escrito hasta ahora y me llora el corazón de la emoción al saber que vais a poder leerlo. Voy a intentar daros la mejor versión de esta historia.

GRACIAS.

Sobre depresión y «La chica del corazón de agua».

Quiero advertir desde el comienzo que, si sientes que en algún momento mientras lees esto te empiezas a encontrar mal, que pares. Y que, si sientes algo parecido, te insto, por favor, a pedir ayuda. A hablar con alguien. Quien sea. Conmigo si quieres. Yo estoy aquí, yo quiero escucharte.

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Aesthetic de Petra. Fuente: Pinterest.

Ayer escribí un tuit en el que anunciaba que hoy se cumplía el primer aniversario desde que puse punto y final a una historia que hizo que diera todo de mí. Al principio se llamaba #ProyectoAgua o #ProyectoA. Tardé bastante en dar con un título acorde, pero, al final, lo encontré y me siento muy orgullosa de su significado (el aesthetic). También comentaba que se cumplía casi un año de mi recuperación. No puedo decir una fecha exacta, pero fue en algún mes después de terminar de escribir la historia de Petra. Y quizá hubiera mejorado antes, porque meterme en la piel de ella me exigió, a veces, demasiado. Tanto como para volver a sumergirme en la distimia conforme escribía.

Con esto no quiero decir que sea ejemplo de nada. Me hacía daño a mí misma al ponerme en situación, al volver a experimentar lo que era tener depresión. Solo sé que, al acabarla, me liberé y terminé por cerrar heridas y curarme. Por eso significa tanto para mí esta novela. No es mi historia, pero sí lo que yo sentía.

A raíz de esto, unos cuantos me hicisteis preguntas por privado. Sobre qué era lo que me pasaba, cuánto duró, cómo me di cuenta, qué hice para ponerle remedio, etc. Insisto en que no soy experta de nada, solo tengo mi experiencia para compartirla y confesar que hice muchas cosas mal. ¿Queréis saber un poco de mi historia? Aquí os dejo algunas pinceladas:

Durante el 2015 ocurrieron muchas cosas, tanto a mi familia como a mí. Aquella bola, por orgullo, por ser una chica que se calla sus cosas, por no querer preocupar, pues quise tragarla sola. Y lo hice. ¿Qué pasó? Que por dentro me anuló. Cuando comencé el último año de universidad en septiembre, mi cuerpo me dijo basta. Mi mente estaba tan sobrecargada que sentí cómo sus manos removían en mi interior y me apagaban.

Me costaba mucho salir de la cama, estaba muy cansada durante el día, comencé a no sentir emoción por lo que antes me ilusionaba. Imaginad lo frustrante que fue autopublicar Fugitivo, cumplir un sueño de toda la vida, y no poder alegrarte por ello. Tenerlo en las manos y no experimentar esas mariposas porque alguien las ha matado. Por eso no pude proyectar aquel momento tan especial con la intensidad que debía. También me forzaba muchísimo a sonreír y a intentar estar bien cuando salía; lo que luego se materializaba en más cansancio.

Después comenzó el dolor en el pecho. Había días en que me ahogaba y no podía hacer otra cosa que concentrarme en respirar, en que mis pulmones funcionaran. Era desquiciante porque o era como una marioneta, viendo la vida pasar, sin hacer absolutamente nada, o sentía aquel dolor. Así que lo que se suele tener en el imaginario popular de lo que es la depresión (tristeza y llanto), en mi caso no se correspondía. Me costaba mucho llorar. Sentir algo. Lo que fuera.

Pasaron meses, sí, meses, antes de saber que aquella época larga de sinsabor, de sinsentido, de vacío, tenía un nombre. Que era una enfermedad mental y que se llamaba depresión. Yo no sabía que algo así me podía tocar a mí. ¿Cómo? Si estaba bien con mi familia. Si iba a la universidad, tenía amigas, y no me faltaba de nada. Pero es que esta es una enfermedad que va más allá de tu estabilidad mental y física. Es pura química.

A partir de entonces intenté salir un poco más y empecé a realizar una cuadrícula con diferentes estados de ánimo para ir marcando cada día. Comencé a hacer un seguimiento de mis rutinas y de repetir lo que me sentaba mejor. Me di cuenta de que los lunes eran el peor día de la semana, por ejemplo, cuando acudía aquel dolor en el pecho. Después vi que era porque lo relacionaba con la productividad. Era mi mayor preocupación las veinticuatro horas. Por eso en la cuadrícula añadí diferentes acciones, para que mi mente entendiera que en realidad sí que hacía cosas a lo largo del día. No sabéis lo mucho que aprendí de mí durante todos los meses que hice aquello.

Fui mejorando poco a poco. Pero nadie lo sabía. Aquí es donde hago una pausa para deciros y pediros directamente que no seáis como yo. No en este punto. Era muy difícil de explicar, incluso de pensar en lo que me estaba pasando. No era capaz de enfrentarme a nadie y decirle que el vacío que sentía era tan grande que me daba igual incluso morir. Que todo me daba igual, que los días se sucedían y que sentía que me volvería loca. Que a veces me pellizcaba para sentir algo porque mi mente me decía que solo podía experimentar dolor o ese vacío. ¿Cómo decirle algo así a tus padres? Pues lo hice, mucho más adelante.

A principios de 2017 tuve una recaída. Curarse nunca es un camino recto y en ascenso. Hay curvas y agujeros. Fue entonces cuando había comenzado la historia de Petra y cuando, de manera consciente, quise ponerle remedio. Me costó mucho decírselo a mis padres (y en realidad apenas fui capaz de expresarme). Fui al médico, que me derivó al psiquiatra (fue una muy mala experiencia) y le pedí ver a un psicólogo (que me dio respuestas, diagnóstico y soluciones). Fueron unos meses de turbulencias por el motivo que os di al comienzo. La historia me exigía un estado mental del que intentaba salir. Pero no me arrepiento de haberlo hecho, dado que, cuando acabé de escribir, comencé de verdad a curarme. Fue un proceso catártico. Después, ellos leyeron la historia. Fue la única forma que encontré de decirles cómo me había sentido. Mis palabras llegaban tarde, claro. No quería que se sintieran culpables por no haberlo visto, por no haberme visto. La única que tuvo culpa fui yo. No pedí ayuda y la necesitaba. Todo habría sido diferente si lo hubiera dicho.
A veces me preguntan cómo estoy. Mis amigos y mi pareja también. Y debo deciros que es lo más bonito que podéis hacer por alguien a quien queréis. Preguntar, escuchar.

Siento que la entrada me haya quedado tan larga. Cada vez que cuento mi historia me libero un poquito más. Sigue costándome mucho hablar sobre ello, pero no quiero que caiga en saco roto. Si puedo ayudar al menos a una persona, seguiré. Si puedo darle un poquito de visibilidad a esta enfermedad (la primera incapacitante en TODO el mundo) y resaltar su importancia, seguiré.

Gracias por leerme.
Estoy aquí para escucharte.