Más que nunca, hablemos de salud mental

Con la triste noticia de ayer, las redes se han llenado de condolencias, fotos y del mensaje de que hay que hablar más de salud mental y del suicidio. Pero a los dos días, con toda probabilidad, esto volverá a desaparecer y muchos volverán a las andadas porque no saben usar en condiciones una red social. El anonimato, el quedar por encima, la forma en la que cosificamos y no se ve a la persona tras una cuenta pública, no tener tacto ni respeto a la hora de opinar… Creemos que nuestras acciones en internet no tienen consecuencias, pero el eco que generan puede ser brutal.

Aunque la hipocresía con este caso ha ido más allá. Por un programa de televisión en el que una persona actuaba raro, de forma extrema a veces, en vez de poder pensar «necesita ayuda, hagamos algo por ella», no, las redes se cebaron, la llamaron loca y sí, le dijeron que fuera al psiquiatra, pero en tono de burla y desprecio. ¿Esto es lo que vale la vida de alguien? ¿De verdad somos seres tan insensibles? Alguien estaba gritando socorro y su comportamiento se tomó a mofa.

Debemos dejar de señalar, de dudar, de criminalizar a quien se sienta mal, de invalidar sentimientos negativos. Debemos empezar a creer y a intentar ayudar de verdad. Tendemos a ignorar lo que nos incomoda y eso solo nos hace cómplices de las consecuencias. Nosotros también tenemos culpa.

No soy alguien con muchos seguidores, ni cuyos tuits se viralicen, pero siempre intento aportar todo cuanto puedo a las causas que me resultan importantes. Y cuando se toca este tema, a mí algo se me enciende por dentro. No escribo sobre depresión para que siga quedándose en el silencio, no intento sacar el tema cada vez que puedo para que sigan ocurriendo desgracias. Lo hago porque sé que ayuda. Sé que alguien puede necesitar escuchar esas palabras, dar con el término, sentir la llamada y que busque ayuda.

Mucho antes de estar sensibilizada sobre las enfermedades mentales, cuando cumplí los 23, yo iba camino hacia la oscuridad sin saber que tardaría aproximadamente un año en ponerle un dichoso nombre. Porque yo no tenía ni una sola representación fiable de lo que era una depresión. Solo sufría, sin comprender por qué mi cuerpo y mi cabeza me odiaban tanto. Por qué me daba igual todo. Estar o no estar. Por qué no podía sentir. Por qué no era capaz de moverme ni de hacer nada con mi vida. ¿Por qué no supe entonces que podía pedir ayuda?

He dejado de buscar culpables desde hace tiempo, porque eso solo me hace sentir mucha tristeza. Por mí, por mi entorno, por las personas que, como yo, no tenían una lista de síntomas para comprender que por lo que estaban pasando era una enfermedad. Y que, como tal, podían acudir a un médico. Podían buscar a aquel especialista y encontrar tratamiento, bien con terapia, bien con fármacos. Pero que tenían esa opción. Opción que no contemplé hasta la última recaída importante y que me confirmó lo que, por mi cuenta, y tras dos años y medio, ya sabía.

Hablar sobre las experiencias personales es muy difícil, exponerte así da miedo. Pero a mí me da más miedo no hacer todo lo posible por tender mi mano y mi entendimiento a alguien que lo esté necesitando, a alguien que lo esté buscando, aunque aún no sepa de forma clara el qué. A mí me da más miedo que alguien más pase por el mismo túnel de incomprensión por el que pasé yo, saberlo y no poner todo mi empeño en atravesarlo juntos. A mí lo que verdaderamente me da miedo, es que la depresión mate. Sí, muerte. Parece que es lo que más tememos decir, pero no nombrarla la hace más fuerte. El índice de suicidios en España es escalofriante, y tras la cuarentena y con la pandemia, nuestra salud mental ha sufrido muchísimo. Intentemos tratarnos con más comprensión y ternura, ser más pacientes con nuestros ritmos, aunque la sociedad nos diga lo contrario.

Vivimos con la idea de la productividad, de la inmediatez, las modas, la felicidad impostada, pero ni una sola persona es así todo el tiempo. Todos necesitamos nuestros malos días, llorar, descansar, sentirnos mal. Está bien. Somos humanos.

Y también quiero decir que, sea por lo que sea que estés pasando, puedes pedir ayuda. No tienes que esperar a llegar a ningún nivel extremo, no tienes que compararte con Fulanito, que es que él sí que tiene un problemón. Cada uno tiene su vida y le afectan las cosas de formas diferentes. Lo que para uno puede ser una tontería, para otro puede suponer un trauma fuerte y viceversa. Lo que sientes es tan válido y tan real que no necesitas más para dar el paso. Todos merecemos estar equilibrados con nosotros mismos, todos merecemos estar bien. Y sí, la seguridad social es desquiciante. No hay medios, no hay profesionales, y no se puede hacer un seguimiento dando citas cada dos meses. Pero si acudes, seguirá siendo un paso importante para ti.

No tengo soluciones, lo siento, solo mi experiencia y palabras de consuelo. Siempre pienso que me gustaría poder hacer más, dar más. Pero solo tengo mis novelas y este pequeño altavoz que seguiré utilizando todo cuanto pueda.

No estáis solos. No estamos solos. Hablad, siempre hablad.

Crónica: Feria del libro de Madrid y Lit Con Madrid

No puedo empezar con otra frase que no sea: qué bien volver a los eventos presenciales.

Por ahora, solo he podido estar tres tardes paseando por la feria del libro de Madrid; dos de ellas esperando la cola kilométrica antes de la hora de apertura (17h), y la última, no voy a pecar de modestia, entré directamente porque mi nombre estaba apuntado en una lista. Y es que en esta ocasión era ponente de la última de las charlas ofrecidas por la Lit Con, siempre centrada en la literatura juvenil.

El domingo 12, tuve el privilegio de poder participar de ponente en la charla Los profundos trasfondos de la literatura juvenil que organizaron los chicos de la Lit Con Madrid. Como lleva siendo costumbre, durante estos años, en el primer fin de semana de la FLM, se celebran diferentes eventos y actividades enfocadas al público que consumimos literatura juvenil. He tenido la suerte de ir en muchas ocasiones como lectora, pero para mí ha sido todo un honor haber podido asistir a esta como autora.

Sonia Lerones mira hacia arriba mientras sus brazos descansan sobre su regazo. Está sentada con las piernas cruzadas sobre un sillón individual blanco. Lleva mascarilla. A la derecha hay una mesa cristal redonda.
Foto: Lit Con Madrid.

Las otras dos ponentes en la charla fueron Carolina Casado y Alba Quintas, dos escritoras a las que he leído muchísimo y a las que admiro más. Pero os preguntaréis, ¿sobre qué versó la charla?

Foto: Sofía Parra.

Tuvimos un moderador de excepción (Álex), que fue haciendo preguntas a una y a otra, conduciendo el discurso para que nos mojáramos en las cuestiones más importantes y haciéndonos sentir muy cómodas durante el evento. Hablamos de uno de los temas que más tocamos en nuestras novelas, la salud mental. Defendimos que una buena representación en literatura (y en el mundo audiovisual), puede hacer muchísimo bien, y que, por cierto, ya lo está haciendo. Porque una de las características que más me gusta de la literatura juvenil es que aborda una inmensidad de temas de actualidad y que, por lo general, los autores nos documentamos para crear un espejo fiel donde verse uno reflejado. Además, entre las tres, intentamos derribar el prejuicio tan grande que rodea a este no género literario, reflexionando sobre qué se puede hacer para que tenga más visibilidad y teorizando sobre su futuro.

Foto: Lit Con Madrid

No os puedo expresar con palabras mi gratitud cuando se me baraja como ponente, presentadora, o lo que sea en el ámbito de los libros. Jamás me había enfrentado a una mesa redonda en un pabellón así ni con un público como el del domingo. Fue una experiencia increíble y que aún me tiene en un estado un tanto eufórico.

Foto: Lit Con Madrid

En definitiva, pasamos una hora maravillosa (¡Gracias a todos los que vinisteis! Sé que era una hora un tanto tarde). Además, podéis ver esta ponencia resumida en este hilo de twitter que los chicos de la Lit Con Madrid fueron subiendo mientras hablábamos.

Foto: Alba Quintas.

Libro viajero: Euforia

¡Hola, hola!

¿Sabes lo que es un libro viajero? Consiste en que un mismo ejemplar de una novela viaje de casa en casa, de lector en lector, hasta que vuelva al escritor. Y, en el proceso, quien la lea pueda ir dando su opinión y reflejar las partes que más le hayan gustado o lo que le haya hecho reflexionar… El objetivo final es que el autor tenga un ejemplar muy especial lleno de cariño.

En esta ocasión, he decidido hacerlo yo con una de mis novelas. Es la primera vez que realizo algo así y me hace una especial ilusión. Ya he participado en varios libros viajeros y siempre he disfrutado viendo qué han ido comentando el resto sobre la novela, viendo dónde han puesto marcadores o notitas… Creo que es una experiencia muy bonita.

Pero vayamos al meollo.

En agosto hice una serie de encuestas para decidir la novela a leer y cuándo comenzar. La ganadora fue Euforia, la última novela que publiqué en abril, y también salió elegido septiembre. Así que hoy vengo a abrir esta convocatoria. Pero explico mejor:

¿En qué consistirá? En leer la novela cuando te llegue e ir dejando tus impresiones en el mismo libro por medio de notas, subrayado, opinión aparte… y luego enviárselo a la siguiente persona de la lista (importante, este envío corre por cuenta de la persona que posea el libro en ese momento). Por el tema Covid, creo que dejar unos 20 días por participante será suficiente (por si se quiere dejar el libro en cuarentena unos días en cuanto se reciba). Lo más importante, necesito compromiso real y responsabilidad. Es una cadena de lectura, así que ningún eslabón puede caerse una vez comience el libro a volar.

¿Estás interesado? ¿Cómo puedes apuntarte? Imprescindible mandarme un correo a: sonialerones@gmail.com indicándome quién eres, tus redes (para ubicarte mejor!) y por qué estás interesado o interesada en participar en este libro viajero. (Solo para residentes en España. Y tienes hasta el 5 de septiembre para enviar el mail).

Depende de las personas que se apunten, así haré una pequeña selección. Para respetar la identidad del resto de participantes, enviaré de forma particular la lista con el número que te ha tocado en la lista. Para que puedas hacerte una idea aproximada de cuándo debería de tocarte. En redes iré actualizando y avisando al siguiente participante cuando toque.

Si quieres leer esta novela ¡es una buena oportunidad para hacerlo! Además de vivir una experiencia única en el proceso. ¿Te apuntas?

He venido aquí a no hablar de mi libro

Pero, ¿cómo es esto? ¿Un escritor que no publicita sus novelas?

No, no es eso. Simplemente tengo la sensación de que cuanto más me pronuncio sobre lo que escribo o publico, más invasiva soy. Sé que es un concepto erróneo, que esto solo me lleva a caer en un bucle del silencio conmigo misma, pisoteando mi trabajo y ocultando algo de lo que debería estar orgullosa. Sin embargo, no puedo despegar de mi mente la creencia de que, en cuanto nombro o subo una foto de una de mis novelas, estoy siendo pesada.

Soy la primera que disfruta con la promoción de otras novelas, que le encanta ver a las autoras moverse, ilusionarse y recibir un feedback maravilloso. ¿Por qué no me aplico el cuento yo también? Y no solo eso, ¿por qué mis amigas escritoras se sienten igual que yo?

Imagino que nos falta ego, seguridad, creérnoslo un poquito más. No invertimos uno o dos años de nuestra vida en escribir, acabar, pulir, corregir, publicar y publicitar nuestra obra solo para boicotearnos al mes de salir y guardar todo ese esfuerzo en un cajón. Y, sin embargo, es algo que sucede dada la caducidad tan temprana que tiene una novela. Parece que, con cada libro, solo se permiten unas semanas para poder verlo en todas partes y, que, inmediatamente después, debe desaparecer. Es cierto que esto es debido a la inmediatez de las redes sociales, la necesidad de estar a la última, de leer lo último; y este consumo tan rápido tiene su lado negativo, que es la desaparición también en un lapso corto de tiempo. Y la autocreencia por parte del autor de que, en efecto, debe hacerlo. Por eso nos damos al botón de mute y seguimos con nuestra vida, volcándonos en el siguiente proyecto.

Pero, ¿acaso a alguien que le encante la fantasía y Japón no puede interesarle una novela con esos mismos requisitos, pero publicada en 2018? (Sí, hablo de uno de mis libros, de La posada Shima. Hola, esta soy yo intentando convencerme de que esto no es spam. ¡Y no lo es!). A veces me sigo sorprendiendo de que alguien la reseñe o suba una foto hablando de ella. Lógicamente me emociono mucho si sucede esto con la última (Euforia, 2021), pero que siga pasando con la primera, es algo casi impensable. Y me da mucha pena tener tan interiorizada esta caducidad, porque no debería de ser así. Imagino que gran parte de la culpa la tiene el síndrome de la impostora. Pensar: ¿quién soy yo para decirte qué consumir, qué leer? ¿A quién le importan mis historias o lo que tenga que decir?

Mis cuatro novelas publicadas, las tres de la izquierda con la editorial Munyx.

Son ya unos cuantos años peleándome conmigo misma con este tema y aún no he llegado a ninguna conclusión. Es un trabajo diario que muchas veces me supera y por eso callo, me oculto tras la pantalla, aunque me muera de ganas por contar detalles sobre esto o lo otro. Y creo fervientemente que hablar de esto puede ayudar un poco. Porque sé que no estoy sola en esto, y que vosotros tampoco lo estáis. No tengo la receta de cómo salir de este bucle, pero solo quiero dejar un mensaje más positivo al final de este post. Y es que todos tenemos historias únicas y genuinas, que nuestras voces importan, que somos del todo válidos, y que escribir nunca es un caso perdido.

A veces tenemos que recordarnos por qué hacemos lo que hacemos. Y la respuesta es porque nos sale, queremos y adoramos esto. Procuremos no ponernos más zancadillas, saquemos las ganas, abramos las alas. Merece la pena.

Curiosidades de Euforia: lugares reales.

¡Hola, hola!

Tenía preparada esta entrada para publicarla al poco de que saliera la novela, pero por unas cosas y otras, al final siempre la dejaba ahí. Pues hoy quería contaros un poquito sobre la base real que aparece en la novela, sobre los lugares que pisan los personajes. Hoy me centraré en los diferentes escenarios donde sucede la acción, porque esos lugares existen.

Jun vive en Seúl, y algo de la cuidad se verá cuando haga de guía turístico en cierta parte de la historia. No esperéis aquí gran cosa porque van al palacio más visitado de toda Corea del Sur y a pocos sitios más, como el ayuntamiento. La plaza de Gwanghwamun, que es la antesala del palacio Gyeongbokgung, tiene unos 500 metros de longitud y debajo guarda el centro cultural Sejong. También nombro el mercado de Tonguin, uno de los más grandes y que cuentan con moneda propia. Al comienzo debes cambiar tus wones por esas moneditas y te dan a su vez una bandeja. Debe de ser toda una experiencia comer allí.

Plaza Gwanghwamun - Banco de fotos e imágenes de stock - iStock
Plaza de Gwanghwamun con el palacio detrás.
Túmulos funerarios (Gyeongju) Corea del Sur
Túmulo funerario.

Sin embargo, toda la acción se va a desarrollar en la ciudad natal de Jun y sus amigos, Gyeongju, al este de Corea. Una de esas ciudades emblemáticas por su historia y conocida por albergar el mayor número de túmulos funerarios. Apodada como «el museo sin paredes», data de la época de Silla y fue la capital del reino. Además, tiene muchos parques y un lago artificial, el lago Bomun, muy turístico, y cuyos paseos bajo los cerezos en flor te podrían quitar el aliento. También tiene dos estaciones de tren, una en el centro y otra a las afueras, más moderna, y desde la que llega el ktx, el tren expreso, que une Seúl con Gyeongju, entre otros. Uno de los tantos lugares turísticos que ver es el puente Woljeonggyo, abajo en la imagen. Unía el palacio Wolseon con la montaña Namsan.

Puente Woljeongyo en Gyeongju
Puente Woljeonggyo.
Exterior del Sugar Hotel.

Sin embargo, lo más destacable de la ambientación real que usé, es el Sugar Hotel. Que sí, existe. Aunque entra dentro de la lista de los hoteles del amor (en los alrededores hay alguno más, pero también más notable de que son para lo que son), yo no quería que tuviera esas connotaciones en mi historia, así que me puse a buscar por otro lado; pero entonces leí varios blogs y reseñas de españoles y extranjeros que habían acabado en el Sugar Hotel por su ubicación. Más allá de destacar sus habitaciones estrambóticas y lo céntrico que quedaba, no me dio la sensación de que nadie se sintiera incómodo durante su estancia. Así que dejé que Jun se hospedara allí. Lo cierto es que me gustó mucho en un principio porque tenía mucha personalidad y daba mucho juego a la hora de interactuar con Momji y hacer bromas. Por aquí unas pocas fotos para que os hagáis una idea de a lo que me refiero con estrambótico.

También sale una playa que está a hora y media de Gyeongju, aunque aquí sí me tomé la licencia de crear el acantilado que sale en la portada y el aparcamiento tan importante para el clímax de la historia. Sin embargo, los tiempos con el transporte tanto en tren como en coche, están comprobados.

Acantilado que aparece en la portada de Euforia, ilustración obra de Inma Moya.

Y hasta aquí la entrada de hoy. ¡Espero que os haya parecido interesante! Al final, con esta novela recopilé muchísimos datos e información, y esta en concreto me enamoró.

Estoy aquí para ti.

Hace tiempo que no me paso por aquí, y siempre que subo alguna entrada nueva me digo que voy a escribir 20 más, que me gusta demasiado hablar de cosas concretas, poder explayarme gracias a este formato, pero luego nunca sucede. Y es que la gran parte del tiempo siento que no tengo nada que decir o que no es lo suficientemente importante como para escribir un post. Sin embargo, hoy quería abordar un tema en el que llevo pensando muchos meses y que, por fin, se ha materializado.

Ich bin da, I am here. Estoy aquí.

Siento que escribir es como una reafirmación. Tú, como escritor, te reafirmas en el mundo. Con tus ideas, con tus mensajes, con lo que quieres contar. Es como decir que estás aquí, que lo puedes demostrar con esta o esa otra historia. Vuelcas un sentimiento del momento en ella para luego quedarte mirándola y decir: «es mía, es un trozo de mí, existo». Y no es que antes no existieras, pero sí que con cada nueva novela apareces un poquito más. Sé que esto tiene mucho que ver con el síndrome del impostor, con no creernos las cosas buenas que nos pasan, con la inseguridad eterna del creador. Pero sí me he dado cuenta de que, conforme la pila de libros crece y yo voy aprendiendo más y más, los deseos y la meta a alcanzar se hace más grande también. Ya no es sólo reafirmación, el «puedo hacerlo», el «esto es un trozo de mí», ahora tiene un significado más enrevesado. Porque ese deseo ya no es algo que tiene que ver solo conmigo.

En la imagen aparecen mis cuatro novelas superpuestas: Euforia, La chica del corazón de agua, La posada Shima y Fugitivo adornadas con flores secas alrededor, haciendo un círculo.
Euforia (Editorial Munyx, 2021), La chica del corazón de agua (Editorial Munyx, 2019), La posada Shima (Editorial Munyx, 2018), Fugitivo (Editorial Círculo Rojo, 2015).

Desde que publiqué La chica del corazón de agua (Editorial Munyx, 2019), me di cuenta de que puedo ser útil. De que mi escritura puede ayudar, arrojar luz, y de que eso era lo que realmente quería conseguir. Por eso hablo sobre salud mental, por eso siempre hay representación LGBT+ e intento tocar temas de actualidad. No pretendo ser un manual de autoayuda, para nada. Creo que la mejor forma de darte cuenta de algo es verte reflejado, leer sobre un personaje y decir: «ufff, sí» (o «ufff, no»).

Creo firmemente que la literatura es una cura. Que se puede aprender con cada novela y sacar lecciones o argumentos para refutar tus convicciones (estés de acuerdo o no con lo que hayas leído. Porque no todo lo que está escrito es para que te lo creas o estés conforme). Sin embargo, en mi caso, me he dado cuenta de que quiero ser una mano extendida. Desde esa publicación en 2019, he recibido muchísimos privados con historias personales que me han tocado mucho la fibra. No me creía que algo que yo había escrito pudiera significar tanto para alguien, lo suficiente como para buscarme y hablarme, para contarme su historia. Y es que subestimamos muchísimo lo que ser simplemente un oído al otro lado puede suponer para la persona que habla.

Quizás con La chica del corazón de agua, tras un tiempo, entendí que era normal recibir ese tipo de reacciones. Hablar sobre una enfermedad mental tan estigmatizada como la depresión y explicada desde dentro podía alentar a otras personas a hablar de alguna experiencia parecida. Pero es que con Euforia está ocurriendo igual, y no sabes lo orgullosa que me hace sentir que alguien se abra de esa forma conmigo. Me da vértigo, porque me gustaría poder hacer más por cada uno… Pero aún soy una persona muy pequeña que está descubriéndose a sí misma.

Lo que quiero decir, resumiendo todos estos párrafos, es que me uses. Usa mi escritura para tocar temas de los que puede resultar más difícil hablar, busca confort y esperanza en mis letras, úsame. Porque no estás solo. Me tienes aquí. Para servir de ejemplo y de mal ejemplo, para escucharte, para empatizar, para aprender.

Estoy aquí.

PD: Feliz día del orgullo. Espero que todes encontréis vuestro lugar seguro. Mientras, sigamos peleando y haciendo ruido.

Euforia + aviso de contenido

¡Hola, hola! 

Hoy os vengo a hablar un poco de la novela, dado que la preventa ¡ya está activa! Podéis reservar Euforia a través de la web de la editorial, que, además, os vendrá con firma y regalitos.

Ya di unas pinceladas de Euforia cuando todavía era un proyecto, escribí precisamente sobre ella aquí.

Lo primero, ¿de qué va? De un grupo de amigos de la infancia que, tras un incidente, uno de ellos decide marcharse a Seúl, con lo que el grupo se disgrega. La historia empieza con nuestro protagonista, Jun, volviendo a su pueblo natal. Ha estado teniendo sueños con ellos y quiere comprobar si todo está bien, si aún no es tarde para recuperar lo que un día tuvieron. Sin embargo, nada será como imagina; los encuentros sorpresa solo le traerán más dolor y harán patente que todos han pasado página.

Como habéis podido intuir, ocurre en Corea del Sur. Y, aunque imagino que quizá pensabais que hablaría sobre k-pop, no es el caso. Es una historia de personajes, en la que vuelvo a tratar la salud mental por medio de varios de los protagonistas. Esto es algo en lo que quiero extenderme un poco porque en la novela he decidido no poner aviso de contenido. Como bien defendía Carolina Casado en este artículo, los trigger warning se han desvirtuado un poco y creo que la novela no es para nada escatológica o dañina. Puede incomodar, claro; como siempre que se trata de una enfermedad mental, para entenderla hay que ponerse en la piel de alguien enfermo. Así que sirva esta entrada y los tuits que pondré durante este tiempo como ese aviso.    

Si no quieres saber de qué enfermedades hablo en concreto, porque pienses que es un poco spoiler, no leas este párrafo: En Euforia se trata la anorexia nerviosa y la depresión, también se habla del suicidio, aunque no se muestra nada, solo se explora lo que sienten o sentían en algún momento los protagonistas. Y, si me habéis leído alguna vez, ya sabréis que siempre trato estos temas habiéndome informado mucho, acudido a fuentes de primera mano y con el máximo respeto posible, sin dejar de lado el mensaje esperanzador, porque se sale, se puede salir. Pero eso no quita que pueda ser incómodo leer a Luha o algunos pensamientos de Jun. Pongo más el foco en Luha porque es el que empieza la novela en un hospital. Aunque el hilo argumental de la historia es la separación de los chicos y lo que ocurre a partir de entonces.  

Ilustración de los cuatro protagonistas por Inma Moya.

Para presentaros un poco a los cuatro amigos os dejaré esta frase extraída de la sinopsis:     

El chico del anuncio, el chico del hospital, el chico que vive en la calle y el chico que se fue.

Esa es la situación de cada uno justo al comienzo. ¿Podrán cambiar su situación al final?  

Bienvenido, 2021.

¡Feliz año nuevo!

Este es el tercer año que voy a hacer esto, lo de escribirme una carta sobre lo conseguido y perdido en 2020 y qué espero del 2021. Sé que las dos cartas anteriores sirvieron a algunas personas para parar y hacer el mismo ejercicio de reflexión, algo que me parece muy importante. Siempre he hablado con honestidad, así que hoy no va a ser diferente.

Sonia con el pelo rizado y mascarilla de papá Noel mientras se señala uno de los dibujos de la mejilla.

Para mí 2020 iba a ser EL año, aunque suene a tópico. Me esperaban grandes planes en forma de viajes y experiencias nuevas. Empecé un proyecto a cuatro manos con Carolina Casado; íbamos a hacer un viaje a Valencia para ver a nuestra Rolly embarazada en verano; iba a ir a Barcelona a ver en concierto a mi grupo favorito en julio (BTS), que era la primera vez que venían a España; iba a viajar hasta Seúl y Jeju en abril (Corea del Sur), viaje que hacía por mi cumple y que llevo deseando desde ni se sabe… Y todo se torció. No lo pude hacer. Se canceló.

A todos la pandemia nos pilló desprevenidos, con demasiados sueños en la maleta. Sé que tampoco es algo dramático, que ya habrá ocasión, pero en su momento fueron cancelaciones dolorosas. Sueños que se rompían. Y si la cuarentena encerrada en casa ya fue dura, cada golpe nuevo era peor.

Sin embargo, creo que ya nos hemos quejado mucho de lo que no hemos podido hacer. Y he tenido la gran suerte de poder hacer otras cosas. Enero y febrero fueron meses de mucha socialización. Estaba feliz porque Carol y yo habíamos anunciado nuestro proyecto conjunto, había ido a varias presentaciones de libros, presentado también a mi querida Rolly aquí en Madrid y asistido a los Templis, evento que espero pueda repetirse este 2021.

Antes de la pandemia pude ver en concierto a una de mis artistas favoritas, Halsey. El concierto fue maravilloso y pude reencontrarme con unas amigas preciosas. Además, me quedé a dormir en casa de Lau y Shei.

En cuanto a escritura, este año no he acabado ningún manuscrito, pero sí que me he visto muy motivada a aportar, a escribir para poder entretener y ayudar. Podéis leer en lektu con pago social un par de relatos largos (Una flor de sangre y Esperanza en guerra dentro de la antología Relatos de diez autoras para pasar la cuarentena) de los que me siento muy orgullosa. He escrito más, pero que se pueda leer, esos dos. Además, en noviembre se anunció mi participación en la Antología Esperanza con el relato El lugar sin puertas, que recaudará dinero para una de las familias del #BlackLivesMatter.

Durante los meses de cuarentena conseguí más bien poco. Con tal de no perder el ánimo y la cordura me bastaba. En abril empecé a hacer yoga y seguí durante mayo todos los días. También aprendí a leer coreano️, aunque tardo mucho, pero eso que me llevo.

Volviendo al tema de la escritura, durante el mes de julio cumplí un reto autoimpuesto que consistía en escribir una poesía al día y subirla a mis redes (podéis encontrarlas en mi feed de Instagram o en Twitter con el hashtag #poetryinjuly). Salieron algunas muy buenas y otras que ni tan mal. Hacía mucho que no escribía poesía y, aunque fue muy difícil seguir el ritmo, lo conseguí y me siento muy orgullosa de haberlo hecho. Ahora me ha quedado un poso de añoranza que voy supliendo poco a poco, escribiendo poesía cuando me siento inspirada.

Y la gran noticia se desveló en agosto desde Onyx: el año que viene vuelvo a publicar. ¡Euforia encontró casa! En la primavera la tendréis en vuestras manos. Abril traerá los cerezos en flor y una novela muy especial bajo el brazo. El año pasado recuerdo terminar de escribirla y acabar con muy malos sentimientos. Me di este año para relajar mi ritmo de autoexigencia, para calmar a mi cabeza, y debo de reconocer que tomé la mejor decisión posible. He visto de cerca la amargura de publicar durante el confinamiento y no sé si yo habría podido soportar algo así. Mi mente estaba muy frágil a comienzos de 2020, pero ahora ha ganado resistencia y ánimo. Tengo muchísima ilusión por saber qué pensáis de mis niños y de esta preciosa historia cargada de añoranza, amistad y un poquito de dolor.

Aesthetic de la novela Euforia. Abril 2021.

En noviembre salí en televisión hablando sobre salud mental. A principios de año me contactaron para acudir de invitada a la grabación de Eso no se pregunta (Telemadrid). Querían hablar sobre depresión y yo acepté en cuanto vi que iban a tratar con la suficiente seriedad el tema. Además, el formato me daba cierta seguridad para hablar y, una vez allí, estuve comodísima. Si os interesa, se puede ver por la web de Telemadrid y a Youtube lo subirán en algún momento.

A pesar de que este año no pude cumplir muchos de los propósitos que me plantee al comienzo, se ha cumplido el propósito más improbable, el que llevaba años arrastrando y que ya pensaba que iba a ser imposible de conseguir: me he independizado. Llevo como un mes fuera de casa y, aunque al principio sentí mucho vértigo, ahora sé que hice bien porque tengo a mi lado a quien me cuida como lo más preciado. Quizás esta especie de luna de miel es porque estamos en esas primeras semanas de emoción, de probar a hacer platos por primera vez, invitar a padres (con todas las medidas de seguridad e higiene), y muchas cosas que parecen novedosas aunque se convertirán en rutina. Pero lo cierto es que esta etapa, justo ahora, estoy feliz. Y justo ahora me doy cuenta de lo que nos ha intentado enseñar 2020. A vivir el ahora, el presente. Disfrutar de lo mundano, de las personas cercanas, del contacto, aunque sea a distancia.

Como colofón, la guinda del pastel vino el 13 de diciembre: he vuelto a ser tía de una bebé preciosa y tranquila. Marina, aunque ha costado vernos, me vas a tener siempre ahí, al igual que tu hermana.

Y por eso, este, de todos, es el año más raro e imprevisible de mis 28 primaveras. Así que lo único que le pido al 2021 es salud y equilibrio. Que no haya socavones insalvables, desvíos imprevistos, sorpresas que nos quiten ilusión. Sigamos disfrutando del ahora, de las amistades que nos han mantenido a flote, del amor que ya teníamos y del que hemos encontrado en el camino, de las pequeñas victorias.

Bienvenido, 2021.

La sombra del vacío

Dado que es el mes de la salud mental, hoy quería escribir una carta a una antigua compañera de vida. Aquella que se hizo tan grande como para taparme el sol, como para absorber mi vitalidad, que fue un monstruo que nació de mí, pero que aprendí a entender, con el que aprendí a convivir:

Quería hablarte, escribirte una carta por el equilibrio que ahora siento.

Podría decirse que es un poco dañino echar la vista atrás y regodearme en lo que una vez sentí. Quedarme ahí en medio de un recuerdo para que me golpee. A veces, cuando acudo a él, es para que lo haga, que me dé bien fuerte. Y otras, como hoy, es solo por ver ese momento desde una perspectiva sin dolor. Porque he avanzado, he recorrido una larga distancia y lo bueno es que, cada vez, debo ir mucho más hacia atrás para llegar a él.

Aunque más que un recuerdo, es volver a ti, a la que desde entonces siempre está ahí. No sé si alguna vez he llegado a odiarte. Hacerlo sería como odiarme a mí misma, pero sí odio lo que sentía en aquellos momentos, lo que me hacías sentir, aunque a veces ponga mis pies en aquel foco de vacío de nuevo.

Imagino que no terminamos de pasar página del todo, que existe cierta añoranza a lo que más nos daña. Me impregno de una melancolía extraña que me arrastra a escuchar tu voz de nuevo, a verte y pensarte con cierta ternura. No quiero romantizar el concepto, pero sí que me sumerjo en esa piscina para ahogarme cuando menos lo espero. Ahora tengo a mano la escalerilla. Sé que puedo salir de ahí cuando quiera. Quizá esta actitud tóxica conmigo misma es una forma de decirme que nadie termina de curarse del todo, que siempre queda un pequeño residuo. La mente es un laberinto complicado de experiencias y emociones, y todo lo que nos ocurre nos influye, nos conforma, no podemos escapar de quienes somos porque somos el conjunto de todo ello, de lo bueno y de lo malo, de lo superado y de lo que atravesamos en el presente.

Y, sin embargo, en otras ocasiones me veo con un mechero en la mano, dispuesta a quemar esa parte de mi pasado. Crear una bola de fuego tan grande que ilumine la ciudad. Pero tengo miedo del resultado. Si solo quedaran cenizas, al soplar, ¿te irías con el viento y no volvería a verte? Pero ¿y si te convirtieras en un sol al que no puedo dejar de mirar? Una estrella ardiendo por siempre, a mi lado, quemando, hasta que no tuviera escapatoria.

No siempre es bueno volver a ti, lo sé, aun así ahora mismo puedo ver tu sombra tras mis pies y nos sentir nada al mirarte. Ni miedo, ni angustia. He conseguido hablar de ti en un medio de comunicación, en una novela, en mi blog y en mis redes sociales. Has tocado mi vida con tus manos llenas de tinta y aún me encuentro algunas de tus huellas sobre la piel. Pero yo dejé mis huellas también para recordarme que nunca serás tan importante como lo soy yo.

Hoy te recuerdo, sí, pero has perdido el control sobre mí.

Yo soy escritora

Imagen de una mujer de perfil escribiendo en una máquina de escribir antigua. En su base aparece "día de las escritoras".

Ayer fue el día de las escritoras y, aunque hace poco que lo llevo celebrando, me ha costado mucho reconocerme con ese concepto. Está muy extendido lo de que uno no es escritor hasta que publica. Y es una soberana tontería. Previo al 2015, yo llevaba escribiendo desde primaria: relatos, cuentos, poesías, historias más largas… Con 15 años acabé mi primera novela (que se quedó en un cajón, gracias), con 17 la segunda. Después hubo un parón por la universidad. Pero me costó hacerme al concepto. Denominarme como tal, Incluso después de autopublicar, me siguió costando.

Hoy quería reflexionar sobre lo que he ido aprendiendo en este tiempo, lo que supuso autopublicar en 2015 y poner por primera vez el pie en el terreno literario, hasta lo que ahora supone tener una editorial fuerte que apuesta por lo que escribo. Y es que ningún camino es fácil, nada te lleva a lo alto de forma inmediata. A las letras hay que darles tiempo.

Ilustración de la portada de Fugitivo.

Reconozco que he tenido suerte. He coleccionado unos cuantos fracasos, lo que me ha hecho aprender a ser paciente y a esforzarme más. No sé por qué nos empeñamos en ser perfectos a la primera, que nos salga bien todo de inmediato. Yo había intentado durante unos años publicar de forma tradicional, pero no tenía ni idea del mundo editorial y no sabía buscar en condiciones. Autopubliqué Fugitivo en 2015 y, con total sinceridad, fue una inversión que no recuperé. Pequé de primeriza. Aunque gané experiencia y los primeros amigos dentro de este mundillo. Tampoco había ido a presentaciones de libros ni tenido que hacer publicidad de mis cosas. Todo era nuevo y yo tendía a quedarme en una esquina observando. Mi obsesión por no sobresalir me hacía perder oportunidades.

ILUSTTSCION FUSIONADA

Entre 2015 y 2016 participé en varias antologías de microrrelato y poesía, quedando finalista en 3 (para mí fue todo un triunfo poder tener tres libritos más en casa donde hubiese algo que había escrito yo!). Eso me dio la motivación necesaria para acabar de escribir en 2016 La posada Shima. La mandé a todas las editoriales habidas y por haber, creyendo que cuanto más, mejor, y recibiendo un total de ¿una, dos respuestas negativas? Porque el silencio es la contestación que se suele estilar, así que asumí que ninguna más iba a responder. Ya había acumulado unos cuantos silencios con Fugitivo, así que imaginaba que iba a tener que pelear mucho más por esta nueva historia.

Entonces me enteré de que una editorial nueva estaba buscando manuscritos. Onyx (la actual Munyx) publicaba fantasía, justo lo que yo había escrito, y encima me respaldaban un par de compis de letras que también habían presentado cosas suyas y estaban esperando una respuesta. Y aquí fue donde la suerte y el tesón se decidieron a dar sus frutos.

Así salió La posada Shima con Onyx en 2018. Mientras, yo había terminado de escribir La chica del corazón de agua y estaba mandándola también a diferentes editoriales y premios (ya sí sabiendo géneros que publicaba cada editorial y acotando la búsqueda). Y entonces Marta, la editora de Onyx, me preguntó por este último. Le hablé de lo que iba y entonces las dos abrimos nuestros corazones en varias charlas profundas y sinceras. La salud mental es una de las asignaturas pendientes de esta sociedad. Pero, aún con esas, yo tardé mucho en pasarle el manuscrito y, más aún, cuando ella dijo que lo quería publicar, me demoré bastante más hasta dar el sí. Ya lo he dicho en más ocasiones, que me daba un vértigo terrible. Sin embargo, hoy sé que fue la mejor decisión que pude tomar por todo lo que vino después. La chica del corazón de agua salió en 2019. También en este año publicaron mi relato Un ser de luz dentro de la antología Contramarea de manos de la editorial Dorna (Antología Contramarea, 2019).

Pero, como todo, el mundo no giraba a mi alrededor de color de rosa. Arrastraba ya una carga importante y autoimpuesta a mi productividad. Debía sacar más historias, debía publicar más, debía destacar. Y a finales del 2019 me rompí. Euforia (Editorial Munyx, 2021) la acabé con dolor. Con una presión tan fuerte e innecesaria que hizo que entrara en un bloqueo que me duró meses. ¿Por qué esa necesidad? ¿Por qué debía publicar una vez por año, producir una historia por año…? ¿ Por qué me marqué ese estúpido objetivo? Así que tomé la decisión de darme tiempo. Me di un año (este fantástico año, nótese la ironía) donde no publicaría nada, solo escribiría. Me tenía que reconciliar conmigo misma y poner en orden todo ese cacao mental de autoexigencia enfermiza. ¿Lo he conseguido? No. Este 2020 ha sido raro a más no poder y muy malo para la creatividad, pero nadie me quitará que no lo haya intentado.

Siendo honesta, hay días malos, muy malos. Esta es una carrera de fondo. Una larguísima. Es normal que nos cansemos, que nos caigamos, que desistamos. Pero hay días muy buenos también, donde la emoción recorre tu estómago y no puedes dejar de escribir, de crear y amar lo que haces. Tus personajes cobran vida, la estructura te parece genial, los temas que tocas ideales, las frases que te salen espectaculares, dignas de cualquier escritor al que admiras. Y es que escribir es ilusión y pasión. Es un algo más que te da, de forma literal, ganas de vivir y compartir.

Llevo ya 5 años publicando, pero muchos más escribiendo. No sé en qué momento uno mismo se puede denominar escritor sin sonar pedante. Quizá ahí es donde residía mi temor, en la idea de creerme alguien. Ser una impostora porque no escribía lo suficiente, lo suficientemente bien, con calidad, por no producir, por ser lenta… pero todo eso se incluye dentro del término. Así que, si escribes, ERES escritor. Me rompe el corazón ver a un montón de personitas a las que sigo y que les cuesta llegar también a creérselo, incluso habiendo acabado manuscritos enteros y teniendo una carrera larga en el mundo de las letras. No sé en qué momento nos dijeron que no podíamos aspirar a ello ni por qué. Pero yo voy con la cabeza bien alta desde hace un tiempo y sé que nadie me va a quitar ese título porque nadie me lo tiene que dar. Yo sé lo que soy, sé a lo que aspiro.

Yo soy escritora.